Artículo de la Revista Jornada Taurina Edición No. 60 Julio 2016

Por: Carlos Horacio Reyes Ibarra

La verdad, el riesgo y el antidebate

Los toros de lidia hieren y eventualmente matan, en eso consiste la trágica singularidad de la tauromaquia, su verdad más honda y su justificación como forma extrema del arte. Como cada año, 2016 ha puesto de relieve esta certeza, que los abolicionistas fingen ignorar y los medios solamente abordan cuando alguna cornada les sirve para alimentar el sensacionalismo de cara a un público impresionable y desinformado. Porque entre las veladas conspiraciones del siglo XXI está, sin duda, la de quienes han decidido cargar contra el toreo, unos desde el escándalo, otros desde el ninguneo, y la mayoría echando mano sin pudor del oportunismo y la calumnia. O sólo por seguir la ola Disney en boga.

Sanguinolento rastro. Transitamos, como bien se sabe, el año taurino más trágico en cerca de siete decenios. En poco más de dos meses, la parca, se cobró ya tres vidas toreras –Renato Motta, El Pana, Víctor Barrio–. Sólo en el presente mes de julio han caído, heridos de diversa importancia –y descontando la cornada mortal del joven Barrio–, los matadores Thomas Defau (Eauze, Francia, el mismo día 9), Roca Rey (Pamplona, jueves 8, aunque ni cuidado le dio), Javier Jiménez (también en los sanfermines, pues su tremenda voltereta del viernes 8 por un castaño de Cebada Gago dejó secuelas de las que aun no se repone del todo), el novillero Luis Terrón (herido grave en Las Ventas por un utrero de Fernando Peña), el banderillero Vicente Osuna (Soria, 3 de julio, por un zalduendo). Justo antes, el 24 de junio, en Alicante, a Manuel Escribano le partió la femoral un adolfomartín, cornada gravísima de la que aún convalece, y el novillero sevillano Rafael Serna había sufrido un percance aun peor –femoral y safena seccionadas– en la primera novillada veraniega de Madrid, que en sólo tres domingos ha registrado otras dos. Allí mismo, pero en la feria de San Isidro, el colombiano Juan de Castilla se quedó solo con una novillada de El Montecillo por cornadas de Filiberto y Luis David Adame, en tanto resultaba herido de consideración el matador Gonzalo Caballero.  Y previamente, en Sevilla, les tocó pagar tributo de sangre a El Juli (leve) y al banderillero El Lili (grave). Y conste que me estoy limitando a las cornadas recientes que en este momento me vienen a la memoria. Mas si, por el mismo procedimiento, retrocediésemos a septiembre de 2015, sumamente graves fueron los percances de Rivera Ordóñez en Úbeda, Jiménez Fortes en Vitigudino y Miguel Ángel Perera en Salamanca. Por no hablar de la terrible herida en el cuello del propio Fortes en San Isidro, que el año 13 había visto suspenderse una corrida al resultar heridos los tres espadas, uno de ellos, David Mora, tan brutalmente que le llevó dos años largos recuperarse y reaparecer.

Tales evidencias demuestran que el toro razonablemente íntegro y ofensivo que se lidia en Europa continúa representando un peligro latente aun para los más avezados, espadas o subalternos, con acentuado riesgo para los menos experimentados, que siempre serán los novilleros, como  refleja con cifras inequívocas el extenso martirologio de aspirantes victimados cuando militaban en el escalafón inferior.

¿Y en México? La asamblea legislativa de la ciudad capital ha reabierto el frente político antitaurino con renovado vigor. Y la reacción de los taurinos ha estado a la altura de su fama: confusa, tardía y de una pobreza argumental conmovedora. Por supuesto, no están dispuestos a reconocer que, al margen de oportunismos políticos y otras ofensivas abolicionistas, el post toro de lidia mexicano, tras varias décadas de sistemático descastamiento, provoca más compasión que temor. Lo refleja la masiva deserción de público de las plazas de toros. Y lo confirma la llamativa disminución de “heridas por asta de toro” –graves, leves o incluso insignificantes— ocurridos en cosos del país durante los últimos años.

La cuestión admite matices, naturalmente. Reciente está el percance más grave del presente siglo en la Monumental México, sufrido por el banderillero Mauricio Martínez Kingston (17.12.15). Pero éste lo produjo un cuatreño de San Marcos, divisa tan apartada del circuito de las “figuras” que la noche de la cornada no había más de 500 espectadores en el graderío, “convocados” por un cartel de seis postergados espadas, de ésos que, hoy como ayer, deben resignarse a que se les anuncie en las condiciones y con el ganado más indeseables. También es verdad que, además de la mortal voltereta que “Pan Francés” de Guanamé le infligiera a El Pana en la malhadada corrida mixta de Ciudad Lerdo (01.05.16), entre 2013 y 2014 ocurrieron en el país tres percances de consecuencias fatales, los tres en pequeños cosos del sureste y, salvo el del forcado Del Villar, durante festejos no atenidos a los usos formales y con ganado de procedencia innominada. Es decir, en perjuicio no de bisoños aspirantes a la gloria taurina sino de esos desafortunados personajes que han dejado sus mejores años recorriendo la legua en busca de capeas y de sustento. En cambio, para los coletas profesionales, la década actual debe ser la más tranquila y libre de contratiempos y cornadas en cosos nacionales. Y cuando alguna llega, casi invariablemente la víctima pertenece al sector más modesto del escalafón, y el victimario a algún hierro de antemano proscrito por los relativos mandones del tinglado.

Explicación ad hoc. Estamos ante un tema tabú, qué duda cabe, jamás abordado por los taurinos de México y su publicrónica cómplice. Pero entre bastidores circula esta peregrina justificación, expresada de mala gana por algunos: “es que los toreros mexicanos actuales alcanzaron una perfección técnica que los antiguos no tenían”. Para los pregoneros de semejante versión, a eso se reduce la ausencia de percances en nuestras plazas. Por pura deducción, escasa técnica debieron tener en ese incierto pasado no ya los diestros nativos, sino figuras españolas como Diego Puerta, Pedrés y Miguelín para, de golpe, ocupar cuartos vecinos en el sanatorio Ramón y Cajal del DF en las dos primeras semanas de 1964, heridos los tres de gravedad por sendos astados de Tequisquiapan, San Diego de los Padres y Piedras Negras, respectivamente. Apenas dos años antes, las víctimas hispanas se llamaban Fermín Murillo (La Laguna), Luis Segura (Jesús Cabrera) y Antonio Ordóñez (José Julián Llaguno), éste último en Tijuana, que con Ciudad Juárez ofrecía cada verano las temporadas más cuantiosas en festejos que se daban en el país, con abundancia de turismo norteamericano pero también de percances de importancia, que el mismo año 62 en que sufrió el rondeño la mayor cornada de su carrera, registraría, siempre en cosos de la frontera norte, las muy graves de Rodolfo Palafox (penetrante de vientre), Ramón Ortega (cuello), El Callao y Víctor Huerta. Sin contar con las que menudeaban en otras plazas del país.  Y desde luego, no había temporada capitalina –grande o chica– sin que las enfermerías de la México y El Toreo se tiñeran reiteradamente de sangre torera.

Claro que aquello sería resultado, según los sapientes administradores de nuestra precariedad actual –apoderados, ganaderos, publicronistas y no pocos artistas del toreo–, de las insuficiencias técnicas no sólo de novatos y aspirantes, sino también y sobre todo –estadísticas hablan– de los Calesero, Huerta, Capetillo, Córdoba, Procuna, Leal, Del Olivar, Rangel, Ordóñez, Camino, Puerta, Pepe Cáceres, César Girón, Curro Vázquez, Martínez, Capea, Lomelín, David Silveti, Gutiérrez y demás eventuales víctimas de las avispadas reses nacionales de entonces, todos ellos seguramente indocumentados en haberes y saberes toreros. Después de todo –lo dijo Antonio Bienvenida y lo repiten como mantra cuantos se ven en el caso– cuando un toro le levanta los pies del suelo a un lidiador, el error es de éste, nunca del animal, que antes de coger avisa siempre de sus inclinaciones.

Es lo que hay. Desafortunadamente, ésa es la primera línea de defensa de que dispone el estamento taurómaco nacional frente a la arremetida de los asambleístas de la capital y el furor abolicionista en general. En el mejor de los casos, llevarán a la tribuna argumentos parecidamente preclaros a los esgrimidos para justificar la pasividad asnal de nuestro post toro de lidia; no faltará quien invoque, utilizando el consabido croquis de mediados del siglo pasado, la supuesta derrama económica que dejan los festejos taurinos, y tal vez, en el colmo de la audacia, hasta convoquen a alguna manifestación callejera escasamente concurrida. Nuestra última esperanza está en la similar penuria argumentativa de la contraparte, aunque ésta cuenta sin duda con el irreflexivo apoyo de las mayorías.

Pero lo que en este país no parece tener remedio –y que Dios nos agarre confesados– es la desaparición de la casta, el poder y la bravura del toro, único sostén de un arte y una fiesta cuyo contenido y significado real nos han sido arrebatados.

GRA380. PAMPLONA, 07/07/2016.- El torero Roca Rey recibe de su primero de la tarde un pequeño puntazo durante su faena en la tercera de abono de la Feria del Toro de los Sanfermines 2016, esta tarde en la Plaza de Toros de Pamplona. Compartió cartel con los diestros Miguel Abellán y Paco Ureña. EFE/Jesús Diges
GRA380. PAMPLONA, 07/07/2016.- El torero Roca Rey recibe de su primero de la tarde un pequeño puntazo durante su faena en la tercera de abono de la Feria del Toro de los Sanfermines 2016, esta tarde en la Plaza de Toros de Pamplona. Compartió cartel con los diestros Miguel Abellán y Paco Ureña. EFE/Jesús Diges
MEX42; CIUDAD DE M…XICO (M…XICO), 20/02/2011.- El mÈxicano Rodolfo Rodriguez "El Pana" lidia su primer toro de la tarde, "Conquistador" de 515 kilogramos, hoy, domingo 20 de febrero de 2011, durante la 17 corrida de la temporada grande en la Plaza de Toros MÈxico, en la capital de ese paÌs. EFE/Mario Guzm·n
MEX42; CIUDAD DE M…XICO (M…XICO), 20/02/2011.- El mÈxicano Rodolfo Rodriguez «El Pana» lidia su primer toro de la tarde, «Conquistador» de 515 kilogramos, hoy, domingo 20 de febrero de 2011, durante la 17 corrida de la temporada grande en la Plaza de Toros MÈxico, en la capital de ese paÌs. EFE/Mario Guzm·n
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