TAUROMAQUIA. Alcalino.- De Puebla a Sevilla, donde triunfó Adame

Parece un periplo forzado, pero así vienen dadas las cosas. Porque la noche del viernes, en vísperas de que Joselito Adame triunfara una vez más en la Maestranza, la Acrópolis de Puebla abrió su feria taurina con un cartel cuyos atractivos no consiguieron convocar sino mínimamente al aficionado local. Dejándonos con la duda de si existirá aún tan extraño espécimen, luego de doce años de implacables esfuerzos oficiales por combatir ese añejo gusto por los toros que nació con la propia ciudad angelopolitana, y que ha tenido que librar batalla tras batalla para poder subsistir, de manera muy precaria en diversas etapas de su avatar, como la actual. Este año, por cierto, sólo habrá dos festejos –poco y mal publicitados, dicho sea de paso–, un número cuya escasez conspira contra la posibilidad de revivir a la aletargada afición poblana, que tan entusiasta y participativa se mostrara en los buenos tiempos de El Relicario, cuando José Ángel López Lima programaban ferias harto opulentas, tanto por el número de corridas como por la calidad de los carteles.

Irónicamente, uno de los actuales propietarios de Acrópolis y promotor de la esporádica oferta taurina que este local ofrece es Arturo Gilio, el bravo matador de Torreón, que como torero en activo tuvo en El Relicario una de sus plazas fuertes, que lo catapultó directamente a la conquista de la Monumental México.

El reglamento, al cuerno. Más ironías: que un escenario tan funcional y tecnologizado como la Acrópolis albergara un festejo notoriamente alejado de toda seriedad, en que se admitió una ensalada de reses digna de Las Vegas, pizarras con pesos notoriamente falseados, segundos tercios con dos pares de banderillas, orejas de obsequio a la menor provocación y un rejoneador que eludió una vez más lo reglamentado para actuar en tercer y sexto turnos. Y menos mal que el fantasmal “juez” de plaza haya negado el indulto que minuciosamente preparó Enrique Ponce para un novillote distraído y bobo, pues sabría sido el colmo de la desvergüenza.

Sabor pueblerino. Se corrieron bureles relativamente astados de tres hierros: dos de Coyotepec para el catecúmeno Héctor Gabriel Ferrer, dos de Los Encinos para el divo de Chiva y otros tantos de Marrón, insignificantes, para Hermoso de Mendoza: curioso reparto, indicativo de que tampoco se sorteó. Héctor Gabriel, un chico con más hechuras que decisión, tomó la alternativa con “Cantaclaro” de Coyotepec, berrendo en cárdeno, que siendo el más presentable del sexteto reveló pronto su invalidez. Algo más dio de sí el quinto, con el que tuvo esporádicos detalles y abundantes dudas. Le obsequiaron la oreja.

Dos, del todo injustificadas, le concedió del sexto la inocua autoridad a Pablo Hermoso de Mendoza, facilitándole un burdo simulacro de salida en hombros del costalero de turno. La labor del navarro nunca rebasó los límites de lo convencional: derroche de dominio por parte de jinete y cabalgaduras ante un astado sosote y mocho, al que además mató mal. Como rematadamente mal estuvo en el manejo de la espada Enrique Ponce, cuya laboriosa, superficial y dilatada labor con su segundo de Los Encinos –el del frustrado indulto—debió ameritar tres y no el solitario aviso que tardíamente se le envió. Pese a lo cual, muy quitado de la pena, el valenciano se animó a recorrer “triunfalmente” la pista.

Como ustedes verán, el ausentismo del público quedó más que justificado. Y la autoridad municipal de Puebla está, por lo visto, pintada.

Sevilla y los mexicanos. Pudiera pensarse que la Real Maestranza, por la sensibilidad y el gusto de los sevillanos por el arte, sería el marco ideal para que aflorara con profusión el sentimiento mexicano del toreo. Pero otra cosa dice la historia. Y eso que, al mezclarse con la leyenda, informa que en el coso del Baratillo hubo una placa, conmemorativa de la faena de Rodolfo Gaona a “Desesperado”, de Gregorio Campos (21.04.12), en la primera feria de abril en que el Indio Grande participó. Como al año siguiente ni figuraría en los carteles del abono, reapareció en 1914 –fue primer espada el día de los miuras ante los que se consagró Juan Belmonte (21.04.14)—, y cortó una oreja en la feria del año 18. A Luis Freg, en cambio, no le valió para volver a Sevilla la gesta de estoquear por lo alto a un marrajo de Gamero Cívico luego de sufrir un volteretón: querían sacarlo en hombros pero pidió que mejor lo llevaran a la enfermería, donde los médicos apreciaron una cornada de 25 cm. penetrante de vientre, de la que salvó la vida por milagro (06.06.1912).

Tras un largo paréntesis, en 1930, se adueñarían de la Maestranza dos novilleros aztecas; Jesús Solórzano y Alberto Balderas (que le cortó el rabo a un Guadalest); Chucho se hizo matador en su albero (29.09.30), pero sólo una vez más volvió a pisarlo. Y hay más: Armillita consiguió debutar en Sevilla ese mismo año, cuando llevaba ya cuatro temporadas en España. Y sus actuaciones en la Maestranza, a lo largo de tres lustros, no pasaron de siete, incluido clamoroso corte de rabo a un ejemplar de Manuel González alternando con Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez (03.06.45). Al año siguiente, iba a redondear Fermín un triunfo de tres orejas (15.08.46), mismo abono en el que Carlos Arruza, por San Miguel, obtendría cuatro: el Ciclón hizo seis paseíllos en la Maestranza y siempre tocó pelo (10 orejas en total, y un rabo en un festival). Una tarde de 1968, encartelado con los sevillanísimos Manolo Vázquez y Curro Romero, a Alfredo Leal le hicieron dar cinco vueltas al ruedo en desagravio porque el presidente le había otorgado una solitaria oreja cuando la plaza entera reclamaba las dos y hasta el rabo de un ejemplar de Concha y Sierra (28-09-68). Leal volvió, sin éxito, para la feria del 69.

Estamos hablando de una constante, que se ha mantenido por más de un siglo: toreros mexicanos que alcanzaron concluyentes victorias en Sevilla, sin que eso se reflejara en un trato más ajustado a su buen desempeño por parte de sucesivas empresas maestrantes.

Más de lo mismo. Por abundar en el ejemplo, David Liceaga, Carnicerito de México y El Soldado, de promisorios éxitos novilleriles a principios de la década del 30, no volvieron a Sevilla de matadores; menos aún Lorenzo Garza, a quien no le favoreció la fortuna en su única tarde ahí. Tampoco pasaron de una actuación El Calesero –a pesar de lo cual le hicieron un festival-homenaje ya retirado (18.10.80)—, Antonio Toscano (05.06.47: orejas por la mejor faena de ese año en la Maestranza), Antonio Velázquez, para quien hubo incluso petición de rabo (22.05.52) y, sin mayor lucimiento, Manolo Martínez (19.04.78).

Entre los mexicanos orejeados en Sevilla hay que contar a los novilleros Eduardo Liceaga, Antonio Rangel, Jaime Bolaños, Carlos Barrón, Miguel Ángel García –gravísimamente herido el 02.05.54–, Jaime Bravo, Gabino Aguilar reiteradamente, Mauro Liceaga y Sergio Flores; Joselito Huerta, tras triunfar varias veces de novillero, tomó allí la alternativa (29.09.55) y siguió cortando orejas de matador –lo apadrinaba Juan Belmonte, tal vez por eso encontró cabida en más carteles–; y pasearon dos apéndices Fermín Rivera (01.04.45), Juanito Silveti (15.08.54), Jesús Córdoba –triunfador de la feria abrileña de 1953, tres orejas en dos tardes, incluida la de Miura, y una más por San Miguel, para no volver al dorado albero—y Curro Rivera, que con tres auriculares de los de Bohórquez abrió la Puerta del Príncipe en su presentación (18.04.71) y solo en dos ferias participó.

Así llegamos a Joselito Adame, que debutó cortándole la oreja a un correoso ejemplar del Conde de la Maza (16.04.12), no apareció en los carteles de 2013, sí, por dos veces, gracias a la ausencia de los rebeldes del G-5, en 2014 –oreja del 6º de Victoriano del Río y buena enjabonada a Ponce y Castella la única vez que alternó con figuras (09.05.14)–, una corrida y nuevo corte de apéndice al año siguiente, de un jabonero de Cayetano Muñoz (15.05.15), más otro festejo segundón el año pasado, limitados esta vez sus premios a una vuelta al anillo por culpa de un espadazo caído. Total, en cinco festejos, cuatro faenas bien cuajadas y redondeadas, para cobrar tres orejas y perder alguna más por el estoque.

¡Y ayer, otro triunfo! Fiel a su norma, Joselito paseó ayer la oreja del tercero de Fuente Ymbro, toro nada fácil y rajado al final. Todo lo que hizo el hidrocálido –también al sexto– estuvo presidido por torería de la mejor especie, ésa que aúna inteligencia lidiadora, severidad de trazo y exposición al límite. Y claro que los sevillanos saben reconocerlo (otra cosa son las empresas). No respondió el encierro de Ricardo Gallardo, salvo un gran quinto toro con el que El Cid tuvo una especie de resurrección, muy arropado por sus paisanos. Aprovechó, sobre todo, el gran pitón izquierdo del morlaco y le cortó la oreja.
Menos afortunado en el reparto, Diego Urdiales –a quien nos quedamos con las ganas de volver a ver en México—sólo pudo ofrecer detalles de su depurado y personal concepto del toreo clásico.

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