El impetuoso arranque de Lobos BUAP se presta para varias interpretaciones. La principal, que Puente y sus pupilos están haciendo exactamente lo que el futbol mexicano se niega tenazmente a intentar, metido en la camisa de fuerza de los pactos de gavilleros: la apertura a un proyecto diferente –solidario, ofensivo, flexible–, capaz de superar incluso los inconvenientes de un plantel nuevo para extraer de la necesidad –trabajar a marchas forzadas el juego de conjunto— su mejor virtud –precisamente la mentalidad para desmarcarse y apoyar permanentemente al compañero. Claro que para eso se requiere fondo físico, convicción y criterio. Méritos éstos que deben adjudicarse al equipo técnico y quien lo encabeza, así que no hay manera de regatear elogios a Rafael Puente del Río.

También pudo con Pachuca. Precisamente con los Tuzos, que se precian de tener la cantera mejor planeada del país, y el proyecto futbolístico más ambicioso. En CU y frente a estos Lobos, no les sirvió de nada. Ya desde el primer tiempo, el visitante se notó desconfiado y, traicionando sus antecedentes, proclive al contragolpe. Que alguna vez –culpa del “Maza” Rodríguez—a punto estuvo de fructificar. Pero la Manada aguantó mecha y regresó hambrienta del vestidor, para, en un santiamén, comer conejo hasta saciarse. Así, antes de que los Tuzos pudieran enterarse de nada, les cayeron del cielo tres goles como meteroritos: a los 47´, Julián Q, tras rápida pared con Luis Q; a los 54´, “El Negrito” Medina, culminando un tira-tira infernal; y a los 62´, Luis Q, cuando un genial taconazo de Julián lo dejó solo ante el Conejo. En un cuarto de hora apenas pasado, la ferocidad lobuna condenó a Oscar Pérez a comer pasto y rumiar sus desventuras.

Luego, lo preocupante. Con un equipo mucho más hecho, y obligado como estaba a reaccionar, el Pachuca empezó a monopolizar el balón –gran patrimonio de Lobos hasta ese instante–, y a los locales les fue ganando el desconcierto. Así llegaron los tantos de Fuch (62´, de penal) y Urretavizcaya (92´, en ajustado fuera de juego, no apreciado por los árbitros). Señal de que, dominado por los nervios, Lobos no supo cerrar un partido ganado. Y en su impotencia, cometieron además numerosas faltas, que les costarían sendas amarillas al “Maza”, Advíncula, Aquino y Medina.

El mérito y las flaquezas. Tuvimos, en síntesis, un partido movido y emocionante, que confirmó todas las virtudes del once universitario, pero advierte también sobre debilidades inherentes a su condición de cuadro primerizo. Conviene tomar ambas cosas en cuenta porque la liga es larga y, así como hasta aquí ha tenido Lobos puras jornadas venturosas, otras vendrán que no lo sean tanto.

Por lo pronto, toca festejar. Y no sólo por los resultados –que bien merecidos y todo, son aleatorios–, sino por la firmeza con que el equipo de la BUAP ha plantado la bandera de

un proyecto basado en el buen juego, la inteligencia activa y la fe en un proyecto que tendría que ser el del futbol mexicano en su conjunto. El mismo que los artífices del 10/8 y el dinero rápido nos llevan tanto tiempo escamoteándonos.

Jornada de penaltis. Hablando de cosas aleatorias, la fecha 3 ofreció un rico muestrario de penas máximas, cuya génesis y ejecuciones permite extraer numerosas observaciones.

Para empezar, Lobos recibió el primero por una mano difícil de advertir desde arriba. Debe haber ocurrido, puesto que nadie la reclamó. Pero el mismo sábado, por la noche, Yair Miranda sí que les cargó la mano a los Pumas en el Azteca. Primero, penalizó una falta que solamente él advirtió en un balón disputado pro alto en el área universitaria: menos mal que Saldívar aprovechó el flojísimo cobro de Romero, en supuesto golpe a lo panenka, para rehacerse –se había vencido a su izquierda—y desviar el envío. Más tarde, faltando diez minutos de juego, reincidiría en la marcación, justa esta vez, pues Castillo atacó el lanzamiento a media altura de un córner de la manera más descontrolada posible: desvió el envío con la punta del pie, tirándose de plancha y llevando los brazos abiertos en cruz, en uno de los cuales terminó rebotando la pelota. Cecilio castillo volvió a imitar a Panenka, pero esta vez con acierto y sin que el arquero pudiera evitar el gol. Así ganó el América, no por culpa del silbante sino por regalo de un delantero rival, desprovisto de la técnica indispensable para defender adecuadamente un simple córner.

En cambio, en Toluca, el silbante –Pérez Durán– fue decisivo. Empezó por ignorar una mano clarísima de un central toluqueño, en error de técnica individual más flagrante aún que el de Castillo en el Azteca, a cambio de cobrar. Casi enseguida, un dudoso cruce de Arreola sobre Gómez en el área atlista. Pero seguramente consciente de su doble pifia –o advertido de la misma a través de la famosa diadema–, apeló al tantas veces ignorado reglamento, que prohíbe la invasión del área por jugadores atacantes en el lanzamiento de un penal, para “castigar” a Sambueza –que había burlado la estirada de Fraga–, con la repetición del tiro, que esta vez logró desviar el guardameta… moviéndose a su izquierda antes de que el ejecutante hiciera contacto con la pelota. Algo que debió invalidar el afortunado lance de Fraga, pero que Pérez Durán decidió pasar por alto para no meterse en más problemas.

O sea, que el reglamento sirve para dos cosas: para guía de ladinos con silbato, o para ignorarse olímpicamente. A gusto del o los árbitros.

Esos dos encuentros, el de la Bombonera y el de la víspera en CU, salvaron la jornada. Y en ellos, todos los goles, excepto el segundo de Lobos (Carlos Medina) los anotaron extranjeros: Julián y Luis Q, Puch y Urretavizcaya en Puebla; Vigón y Alustiza por Atlas, y Hauche, Triverio y Mateus en la Bombonera. Para felicidad de los del pacto de gavilleros.

Lo de Neymar. El circo montado en torno a la transferencia de Neymar del Barcelona al PSG tiene varias aristas, bastante más relacionadas con lo crematístico que con lo deportivo. No hablemos ya de la “traición a la camiseta” que a viva voz le espetaron al brasileño en su última visita a Barcelona, porque en ese sentido no habría nadie libre de tirar la primera piedra. Pero sí del oportunismo del representante y el del padre del mono parlante en que han convertido al jugador. Pero también, cómo no, de la fuga de un fisco hostil, como se ha declarado el español al buscar con lupa los ingresos de los Messi, Cristiano, Casillas, Mascherano; es decir, de aquellos jugadores claramente susceptibles de ocultar cantidades bien gordas, devengadas sobre todo por derechos de imagen.

Pero hay más: la cara oculta del ominoso mensaje, jamás tocada por los mismos medios que nos han atiborrado a diario con pormenores acerca del “caso Neymar”, está en la apropiación del futbol por multimillonarios como el propietario del PSG, procedentes de países donde este juego carece de interés y raigambre; gente sin interés real por el futbol –su historia, sus clubes, sus hinchadas–, pero dispuestos a manipularlo y exprimirlo a fondo hasta donde dé de sí. Seguramente para abandonar el barco, como las ratas, en cuanto empiece a hacer agua y dar señales de agotamiento. Porque ese momento llegará, claro que llegará, pues no se puede desgastar impunemente una mercancía sin que a la larga se desgaste y queme. Y es así, simple y rentable mercancía, como lo ven los jeques y petroleros de Arabia y Qatar, los nuevos ricos chinos y los especuladores norteamericanos convertidos actualmente en dueños de equipos-marca.

Esos mismos equipos-marca –que son los que monopolizan las principales ligas europeas, a las que por lo mismo restan todo su antiguo sabor competitivo–, serán los primeros en sufrir las consecuencias de la usura tan en boga. Reflejo, como está más que comprobado, de la triste y generalizada mezquindad del mundo contemporáneo.

Bolt mancha su historia. Seguramente fue ese mismo prurito por el dinero fácil lo que impulsó a Usaín Bolt a extender su admirable trayectoria hasta los mundiales de atletismo que por estos días se celebran en Londres, a título, según él, de despedida de las pistas. Porque lo que hubiera sido una dignísima manera de decir adiós en los JO de Río 2016, se malogró el sábado último con ese tercer lugar en los 100 metros planos, su carrera, su especialidad y su mayor timbre de orgullo. Para más inri, lo vencieron dos norteamericanos, sus rivales de siempre, perpetuamente humillados hasta ese día, y aunque hayan abundado las caravanas de homenaje y las vueltas a la pista del más veloz del mundo, ese bronce de última hora supone un velo de tristeza sobre su adiós, y un borrón en su admirable ejecutoria.

Como los toreros incapaces de reconocer su perdida de facultades, Bolt tampoco supo retirarse a tiempo.

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