Por: Diego Velasco De la Garza

El Primer torero Mexicano La historia de México, a lo largo de los años se ha mostrado de una manera turbulenta y poco favorable para la clase obrera y campesina del país. Si hablamos del México de hace 150 años, no podemos dejar de lado por una parte a don Porfirio Díaz y por la otra a los trabajadores del campo. Los hacendados eran personas muy ricas, tenían bajo su mando una gran extensión de tierras y una cantidad importante de obreros que las cuidaran y trabajaran. En medio de esta diferencia abismal entre la manera de vivir del campesino y el hacendado, existió en una hacienda de Atenco, Estado de México un joven caporal con gran destreza en el caballo, en las suertes charras y una ilusión; quería ser torero.

A su corta edad, Ponciano Díaz Salinas, encontró su vocación. Era algo común que entre sus tíos y primos se practicasen suertes charras e incluso de torear pero él decidió hacerlo de manera profesional. Así se unió a la cuadrilla del Español Bernardo Gaviño y Rueda, quien después le otorgaría su alternativa en la plaza de toros de Puebla.

Desde ese momento Ponciano, el torero de los bigotes, se dedicó a recorrer todas las plazas del país, pisar todos los alberos y convertirse en un verdadero ídolo de expresión totalmente Mexicana en una fiesta auténticamente Española (recordemos que en aquél tiempo, las corridas de toros en México eran matadas por espadas y toros Ibéricos) Ponciano viajó a España para confirmar su alternativa en Madrid y se convirtió en el primer matador de toros Mexicano en hacer lo propio en la capital del toreo.

Al regresar a su patria, la afición era tanta hacia él que llenaba las gradas de cualquier plaza donde se pusiera su nombre en el cartel, se oía gritar a coro “¡Ora Ponciano!” aquello era una locura. Tal vez si hoy en día lo viéramos torear, sería una cosa totalmente diferente a la lidia moderna, recordemos que en ese tiempo, la lidia se centraba en el primer tercio y el tercio de muleta consistía en una tanda de no más de siete pases, los necesarios para dejar en suerte al animal. También sería algo curioso de ver, un torero de a pie que colocara banderillas a caballo con las dos manos, como lo hacen los rejoneadores de hoy en día.

El torero charro fue el símbolo de héroe que el pueblo Mexicano necesitaba, en tiempos difíciles, cuando el futuro es poco prometedor, es necesario tener un poco de esperanza y fe, Ponciano fue esa muestra de lo capaz que puede ser el pueblo Mexicano. La afición estaba segura que en México ningún torero Español podía estar a la altura del de los bigotes. Antes de él, no existió ningún héroe torero en México y de ahí viene su relevancia, después de él han venido grandes figuras del toreo Mexicano del siglo XX pero no hay un referente del siglo XIX como él.

El final de su vida no fue tan brillante como su carrera. La fiesta y los excesos fueron demasiado para él. Cuenta Don Luis Niño de Rivera en su obra “Sangre de Llaguno” que en su pueblo natal se anunció una corrida con su nombre en el cartel, la gente se volvía loca ¡Ponciano va a matar tres toros! La fecha llegó, el 12 de diciembre de 1897 al enfrentar a su segundo enemigo, Ponciano cae perdiendo el conocimiento delante de la cara del toro, sale ileso de cornadas pero ese día decide cortarse la coleta.

Dos años después falleció el primer torero mandón de México, el primer Mexicano en doctorarse como matador de toros en Madrid. El único torero Mexicano que podía competir con las figuras españolas. Dice Luis Niño de Rivera, “lo Mató su propio éxito.”

Así un joven caporal de una hacienda en el Estado de México, pudo demostrar lo que tenía dentro y como ya he dicho, dió pie a que el toreo en México floreciera al estilo de nuestra patria. ¿Quién diría que 150 años después, habría toreros españoles toreando con un traje charro al son del mariachi? Más que una gran técnica de toreo, Ponciano Díaz dejó como legado un sentimiento de poderío y fuerza, un toque Mexicano a la fiesta Española.

Fuentes https://www.taurologia.com/ponciano-diaz-primer-torero-mando-mexico-2086.htm

“Sangre de Llaguno” Luis Niño de Rivera Páginas 223-225

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