TAUROMAQUIA. Alcalino.- Armilla y Garza: vidas y muertes paralelas

Por: Carlos Horacio reyes Ibarra

En la historia de la tauromaquia mexicana, la rivalidad por excelencia la encarnan Fermín Espinosa Saucedo y Lorenzo Garza Arrambide. Armillita y Garza, para los restos. Tan distintas como eran sus respectivas concepciones del toreo, un invisible lazo de afinidades los unió inexorablemente. La última de ellas, la casi coincidente fecha de sus respectivos decesos, ocurridos en un lapso de apenas catorce días de 1978: primero se fue Fermín, el miércoles 6 de septiembre, y a dos semanas justas Lorenzo, el día 20. Recuerdo que  Pepe Alameda, al relatar el multitudinario sepelio del primero, lamentaba la ausencia en él del ave de las tempestades, seguramente ignorante del estado de gravedad en que éste se encontraba, con la muerte rondando ya su persona.

Este brevísimo recordatorio tiene por mira señalar, siquiera sea de manera muy sucinta, aquello que enlazó para siempre sus dos torerísimas trayectorias.

Norteños ambos. Lorenzo Garza nace en Monterrey el 14 de noviembre de 1908. Dos años seis meses más joven, Fermín Espinosa ve la luz el 3 de mayo de 1911 en Saltillo, ciudad casi vecina de la anterior, si bien ésta es capital de Nuevo León y Saltillo lo es de Coahuila. En los albores del siglo XX, el norte se significó por incidir poderosamente en la historia de este país. También en lo taurino, como no.

Novilleros de arrebato. Tal vez este calificativo contradiga la imperturbable serenidad de Armillita Chico –hermano menor del joven matador Juan Espinosa, hijos ambos de un modesto banderillero llamado Fermín Espinosa Orozco–, pero lo cierto es que Fermincito causó sensación y fue el primer novillero premiado con un rabo en El Toreo de la Condesa (29.08.26). Contaba escasos 15 años, y apenas 16 cuando el sevillano Antonio Posada le cedió muleta y espada en el mismo ruedo capitalino para que matara su primer toro, “Maromero”, negro, de San Diego de los Padres (23.10.27). Nunca antes México había presenciado una alternativa tan precoz. Fermín se había dado el lujo de cerrar su etapa novilleril encerrándose con seis de San Diego y Santín el 8 de septiembre anterior. Y visto lo visto, nadie se atrevió a objetar sus merecimientos para el doctorado.

El arribo de Lorenzo al coso máximo ocurrió luego que el inquieto regiomontano probara varios oficios, decidiéndose al fin por la tauromaquia por razones meramente económicas, según propia confesión. Y aunque no estaba descaminado, la primera impresión que produjo fue de una temeraria inconsistencia, de modo que, provisoriamente, la crítica le endilgó el apelativo de “torero de parón”, que en el lenguaje de la época denotaba un aguante irreflexivo y hasta torpe. Con ese bagaje, Garza tuvo para interesar vivamente a los capitalinos durante el caliente verano de 1932, y se embarcó a España en la primavera del año siguiente, cuando ya era Fermín un matador aclimatado y hecho al toro ibérico.

A la conquista de España.  Armillita Chico había retomado en Barcelona su doctorado –el reglamento español no reconocía alternativas que no fueran otorgadas en sus plazas–, recibiendo muleta y espada de su hermano Juan para dar cuenta de “Bailador”, de Antonio Pérez Tabernero (25.03.28), alternativa que Chicuelo le refrendó en Madrid con “Gaditano” de Murube (10.05.28), fecha en que cobró Fermín su primera oreja en la villa y corte. No obstante, el reconocimiento cabal le llevaría varios años de lucha en cosos de la península, hasta que en 1932 –mientras un Garza primerizo provocaba tumultos y discusiones en la Condesa—se encontró con “Centello” de Aleas y le cuajó una faena histórica, de las estelares del coso de la carretera de Aragón; fue un acontecimiento clave para su carrera, pues ese año estaba toreando poco, y cuando lo llamaron como espada sustituto desde Bilbao fue para redondear una semana memorable que, enlazada con el faenón de “Centello”, lo consagraría por fin primera figura.

Garza, con su estilo y fama de torero de parón, batalló en España hasta alcanzar una prematura y desambientada alternativa en Santander: se la dio Pepe Bienvenida en agosto del 33, y con ella llegó el verdadero parón para Lorenzo, huérfano de contratos hasta que, aconsejado por Eduardo Pagés, optó por volver a las filas de la novillería. Pero el hombre poseía una casta inmensa, que lo llevó a protagonizar, con su compatriota Luis Castro “El Soldado”, la célebre seguidilla de novilladas madrileñas del verano de 1934, agotando el papel y saliendo ambos en hombros varias veces. El 4 de septiembre, Juan Belmonte concedía en Aranjuez la última alternativa de su vida, a Lorenzo Garza, por supuesto. Y al año siguiente, Lorenzo volvió a Madrid en plan arrollador: ya en Las Ventas cortó varias orejas, y culminaría su temporada tumbándole el rabo a un ejemplar de Trespalacios (29.09.35).  Dicen bien quienes sostienen que el boicot de 1936, dirigido primordialmente contra un imparable Armillita, tuvo también por destinatario al Califa de Monterrey.

Pareja insuperable. La de 1936-37 pasaría a los anales de nuestra tauromaquia como la de la independencia taurina de México, por primera vez sin diestros españoles en los carteles –ellos se lo buscaron, expulsando de mala manera a los nuestros mediante lo que Belmonte denominó el boicot del miedo–. Al lado de los triunfos de Jesús Solórzano, El Soldado y Alberto Balderas, los dos que ese invierno se colocaron a la cabeza de la generación de la época de oro fueron Fermín y Lorenzo, autores de las mayores hazañas de una campaña memorable. El 20 de diciembre de 1936, cuando por cuarta vez en dos años se encontraron mano a mano en El Toreo, Armilla les cortó a los de San Mateo seis orejas, dos rabos y la pata del entrepelado 5º, “Pardito”, única vez que este estrambótico trofeo se paseó por el anillo de La Condesa. Lorenzo, que apenas pudo cortar un apéndice dicha tarde, se desquitó en su siguiente confrontación directa bordando a “Sarnoso” de Xajay (24.01.37). Y a las pocas semanas inmortalizaba al célebre “Amapolo” de San Mateo, mientras que la Oreja de Oro fue para Armilla, con el rabo de “Arpista” por contraseña.

La fractura. Tan lejos llegó en esos años la disputa entre Fermín y Lorenzo, entre armillistas y garcistas, que la situación hizo crisis a mediados de 1939. Inconformes con la sesgada influencia del regiomontano sobre la empresa capitalina, Armillita, Silverio, Solórzano y Balderas, mediante el pacto de Texmelucan, resolvieron boicotear la temporada grande siguiente. Garza y El Soldado, en alianza con los ganaderos Llaguno, de San Mateo y Torrecilla, prácticamente hicieron empresa con tal de sacar adelante la campaña, pero la realidad se impuso, el clima era irrespirable y aquello terminó como el rosario de Amozoc. Entonces aparecieron los pactantes, con su propio ganado, en la denominada temporada relámpago 39-40, que encumbró a Silverio pero terminó por evidenciar que, sin la pareja cimera, aquello no podía funcionar con normalidad.

Fue el gran sismo de la época de oro, felizmente superado por el sentido común.

El duelo en cifras. En lo numérico, la superioridad de Fermín sobre Lorenzo puede parecer apabullante, pues a lo largo de sus doce mano a mano capitalinos –de 32 que sostuvieron–, cobraría nada menos que 16 orejas, 6 rabos y una pata, contra 8 auriculares y un rabo para Garza. Pero la realidad era que en cada choque entre ambos colosos –más otros en terna–, las pasiones que desataban eran equiparables, y centradas no en los números sino en el sello personalísimo de cada cual. Hablamos, entre otras cosas, de dos artistas inconmensurables del pase natural, eje y luz de sus mejores faenas, y polo de atracción para sus incontables partidarios. Si Fermín representaba la seguridad y la firmeza, Garza, con sus altibajos y provocaciones, tuvo una fuerza taquillera irresistible.

De vuelta en España.  Cuando se firmó el primer convenio para el intercambio taurino México-hispano se puede considerar que la rivalidad entre los norteños había visto pasar sus mejores tiempos. Empero, la llamada de la piel de toro fue poderosa y ambos retornaron a España con la esperanza de revivir añejas glorias. Fermín cubrió en tono magistral las campañas de 1945 y 1946, y aunque estuvo solamente discreto en su única comparecencia madrileña –la Beneficencia del 45–, en Sevilla cortó nada menos que un rabo (03.06.45) y en Bilbao la fortuna le siguió siendo fiel. La presencia de Garza, en cambio, fue fugaz, porque una cornada grave en Barcelona le cortó las alas a las primeras de cambio (30.07.45); aun así, se dio tiempo para abrir una vez más la puerta grande de Las Ventas con las orejas de un toro de Alipio (15.07.45), tras haber superado sobre la misma arena, nueve días antes, a dos históricos de la talla de Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. Por coincidencia, mismos alternantes de Fermín en la Maestranza el día del rabo.

Colofón. Aún en este México vuelto contra sí mismo, la sola mención de Armillita y Garza aún tendría que conservar algo de su enorme, histórico significado.

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