Por Fernando Bermejo.
El artículo iba también de un trío, parecido pero diferente: de fútbol, toros y política. A menudo me pasa en mayo, el mes más ocupado del año de largo. Los que vivan en Madrid, les interese el fútbol, se asomen algo a los toros (o a los bares cercanos) y ejerzan como ciudadanos sabrán de lo que les hablo, esas superposiciones del Real Madrid en ebullición y a punto de rematar coincidente con un cartel de San Isidro casi nunca rematado pero siempre con algo para ver y, de postre, unas generales, autonómicas, municipales o estas últimas primarias del terremoto.
Era un gran artículo. Cuando el Madrid se juega la Liga o la Champions, sabemos que hay noches de mayo señaladas, o tardes de domingo luminosas, con el retrovisor en Santa Cruz, como tanto se han esforzado en rememorar entre Vigo y Málaga, las dos últimas estaciones de una Liga inolvidable con el mejor juego visto en años, de éste y del resto de equipos.
A las 7 empiezan los toros en Las Ventas, con lo que es muy probable que corridas de toros y partidos cruciales se entremezclen, y uno ya no sabe dónde mirar. La política y sus elecciones quedan destinadas a esos domingos inolvidables, como aquél en que Finito de Córdoba se destapó en Madrid y mi amigo Julián Campo, procedente de Burgos, intentó votar en vano en mi colegio electoral de Conde de Peñalver tras pasar por la barra de La Cruz Blanca. De aquello no queda ni Julián, ni la cervecería. Finito resiste, pero casi nadie se acuerda de él.
Vivir en Madrid, ser del Real Madrid, que te gusten los toros, que seas abonado de ese club, de esa plaza, y que no seas abstencionista depara casi siempre un mayo de esplendor, gane Pedro, pierda Susana -jamás el periodismo se ha referido con tamaña familiaridad a los políticos-, gane Cristiano, galope desde atrás el tapado Mateo, triunfe Talavante o no toree Morante hasta casi en verano, qué lejos queda. Se entrecruzan los nombres, las citas, las entradas, los abonos, las urnas, las reservas, aunque casi siempre acabemos en Costa Leandro en cursiva (calle Londres) o en la humeante de habano terraza de Richelieu (paseo de Eduardo Dato).
Pero la viralidad ha azotado la idea primigenia y la terna es otra: Banderas, Ramos y Ferrera. El actor aprovecha un desfile benéfico de Naomi Campbell en Cannes para, con las yemitas de los dedos, desplegar la verónica con la chaqueta. Mucho arte, sin ser tópico. Y sale de la suerte rimbombante, ahí queda eso.
La verónica de Ramos es más esperada, por habitual, por que el Madrid suele ganar mucho en mayo. Lo hace con la bandera, en la que los colores de España se comen al escudo blanco, para azuzar más a los críticos. Saca Sergio poco los brazos, por lo que el presunto toro se le echaría encima. Y el remate se lo tiene más que currado: una revolera efectista antes de saludar a las cámaras acabado el repertorio. Toreo de llegar al tendido y cortar las orejas. Fijo.
Ramos, entre Vigo y Málaga, se pasó por el callejón de Las Ventas para deleitarse, justo enfrente de donde estaba, con su amigo Talavante. Suele hacerlo siempre que el estresante, como habrán comprobado, mayo se lo permite.
Estos lances de Banderas y Ramos los habrán podido ver en telediarios, espacios de antes y de después de comer, en la media tarde o antes de cenar. Multiplicados en las redes y en whatsapps. Verónicas en Cannes y en La Rosaleda.
En el limbo mediático, este domingo, mientras Keylor hacía la cuarta de sus paradas trascendentales de los últimos partidos y los recuentos de Cangas de Onís, Benavente y Pozuelo empezaban a dibujar el rostro de ganador puño en alto y sin cazadora de Pedro Sánchez, el triunfador de la Feria de Sevilla, que se llama Antonio Ferrera, que cumple este año como matador 20 de sus casi 40 años de edad, que está maravillando con el mejor toreo de la temporada, cuajó una elegantísima faena a media altura, pletórica, a un toro de Las Ramblas dulce pero sin humillar.
Tendrán, eso sí, que buscar para verla. Merece la pena.
Ah, y el próximo 9 de junio -al menos- repite en Las Ventas. En sazón, como el central y el actor.