LA URGENCIA DE LA CONSOLIDACIÓN DE UN TORERO

Por: José Patiño.

En una profesión artística tan compleja como la tauromaquia, vivir atado a un apellido y por ende a una dinastía, puede radicalizar, en sentido positivo o negativo, el camino de un esteta que decida continuar con la línea familiar y hacer caso a la voz de la genética que llama a alguien para ser torero.

Diego Silveti ha crecido en una casa de toreros, de figuras del toreo y de leyendas de la tauromaquia nacional; es por ello que no resulta inusual verlo recrear algunos de los pasajes taurinos más hermosos vistos por México, como aquella ocasión en que lo vi mover la cadera hacia atrás y adelante frente a la cara de un toro en Juriquilla, catapultándome con la memoria, a la imagen de su propio padre, David Silveti, en 1991 en la Monumental Plaza de Toros México con el toro “Presumido” de La Gloria, con el que, tras un arropón, “El Rey David” le propinó un natural que debiera repetirse en la memoria colectiva para nunca olvidar la esencia misma del torero que se abandona en el momento sublime de la muerte pasándole por las piernas y, vibrando de arte, balancear su cadera para rematar una tanda con el llanto resbalando por sus mejillas.

Diego Silveti se muestra como un torero recio, de valor probado y de buena técnica torera, que sin embargo sigue sin caer en la canasta del gusto entero para la mayoría de la afición, aún y con sus buenas maneras y su entrega al toreo.

Lo sabe y lo siente. ¿Cuántos de nosotros no hemos sido testigos de los finales de sus faenas, cuando no logra calentar los graderíos? Ahí aparece el Diego Silveti con la necesidad imperiosa de conseguir el grito de “torero, torero” como desesperado, como necesitado de esa aprobación que ya tiene, pero que no siente.

Aún con ello, cuando viene a Querétaro, se encuentra con una afición ávida de verlo, de reencontrarse con él y guardarlo en los recuerdos; máxime si apenas sumamos tres corridas en este estado en los últimos dos años.

Quienes somos melancólicos del toreo, soñamos con verlo andar su vera, brillando con luz propia, emanada de su propio apellido y de su propio concepto torero.

Diego Silveti tiene una responsabilidad que va más allá de la que se adquiere cuando cualquiera decide convertirse en Matador de Toros: continuar con un legado que se escribe tarde a tarde en la historia de un México taurino que necesita a una figura del toreo y que se ancla a sus raíces y dinastías conocidas, con la esperanza de superar el trago amargo de las empresas sin afición y de los toros cada vez menos toros.

Ojalá que podamos reencontrarnos con esa gloria que Diego Silveti trae en las venas para gusto y alivio de la afición queretana y para alivio también de un torero, que cuando se entrega a sí mismo, alcanza los máximos estándares sin siquiera darse cuenta y paga la tarde con apenas un gesto. Ya veremos.

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