El cartel en el que todo el mundo quería estar llegaba este Domingo de Resurrección a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Antonio Ferrera, José María Manzanares y Roca Rey trenzaban el paseíllo a las seis y media en punto de la tarde en el Barrio del Arenal frente a un encierro de Victoriano del Río y Toros de Cortés.

Una tarde, que dejó atrás el tiempo invernal y que hizo regresar los toros a la Real Maestranza. Un tiempo de espera que lleno de ilusión a Sevilla, con un cartel de “no hay billetes”, compuesto por una terna donde el transcurrir del tiempo ha sido fundamental. Primordial para que Ferrera se convirtiera en guardián del toreo aflamencado y asolerado, para que Manzanares se haya cultivado en mayor elegancia y prestancia, y para que Roca Rey ensanché un mayor despliegue de hondura y ligazón. De esta forma, se manifestaron los tres matadores que dejaron clarito en el ruedo maestrante, que el tiempo ha pasado para bien en cada uno de ellos y es que todo en esta vida, es cuestión de tiempo.

El primero de la tarde, al corral por inválido.

Pinceladas añejas de Ferrera ante el sobrero en el recibo. El extremo condujo la embestida de su oponente por bajo y con solera en un ramillete de verónicas muy personales. Tuvo compostura y dificultad el saludo puesto que el astado nunca escupía la salida del percal. Corto viaje. A este no le puso banderillas y fue su cuadrilla quien dejó un tercio aseado. Las varas, un “vale” sin más y a otra cosa. Antonio brindó al respetable en los medios, respondiendo Sevilla con cariño al gesto. Ferrera quiso en todo momento aplicar su tauromaquia de regusto y de recursos técnicos, pero siempre poniendo el fondo estético a cada muletazo. No ahormo faena ligada, más bien insulsa pero con pinceladas personales ante un Abreplaza de viaje corto y anodino. Toro que sin ser molesto fue incómodo, deslucido y a menos. Lo mejor esos detalles del extremeño que marcan la diferencia entre tanta falta de raza y la soberbia estocada. Ovación con saludos. Ante el cuarto, lo más relevante de los primeros tercios fueron los cuatro lances tras salir el toro del caballo. Verónicas de blanco y negro en la época internauta. El prólogo hasta ahí, con poco contenido por el justo empuje del cuarto. Otro que se cuidó en el caballo con dos burocráticas entradas. La faena fue al alza como un avión al despegar, siempre hacia arriba. Ferrera, experto lidiador de todo tipo de embestidas gracias al tiempo, se encontró con una muy cambiante, por sus diferentes ritmos en la acometida, aunque siempre humilladora. Difícil el pulsear esa condición, sin embargo las muñecas de seda de Antonio, hicieron posible el milagro. El extremo de Ibiza, se inventó una faena con el parangón de la torería, eso que “diferencian a los toreros del resto de los mortales”. Su toreo al natural -donde el toro quiso embestir- fue una clave para hacerlo romper para adelante. Ferrera le puso medía muleta y todo el resto de eso que no se percibe, pero se intuye. Lo esperó cuando hubo dudas, le obligó cuando lo embebió y le trazó la estética añeja a todo. Atacó cuando era el dueño del escenario y Sevilla vibró como sólo ella es capaz de hacerlo. Faena de maestro consagrado con un sabor de épocas pasadas donde hizo olvidar el tiempo hasta sonar un aviso. Aspecto que resto junto con la espada para cortar el merecido apéndice. Vuelta tras petición y aviso.

Abanto el segundo de salida, un astado que soltaba la cara en cada encuentro capotero. Josemari lo recogió con decoro y expresión pero sin calentar el cotarro. Lídia sobre los pies y a sacarlo para fuera con torería. Por cierto, digno de resaltar la tremenda suerte de varas que realizó Paco María, sin duda apunta a premio. Manzanares se enfrentó a un toro muy desclasado y arrollador por el izquierdo, por ahí se le metió dos veces con el percal con mucha guasa. El alicantino fiel a su perfil, tragó tela, quiso dejar la muleta muerta e imprimir ligazón a cada serie, sin embargo el “guasa” era más de toque fuerte y mando puesto que embestía muy de mentira. Hubo momentos lúcidos y también otros menos ajustados, pero siempre con el alma en un hilo porque se mascaba la voltereta. Y así paso, afortunadamente más aparatosa que consecuencias en el matador. Capote divino de la Virgen Baratillera. Manzanares continuó igual a pesar de la tremenda paliza y se volvió a jugar los muslos. Raza de figura para imponerse y sobreponerse a un astado muy zorrón. Ovación con saludos. Detalles del Alicantino con el capote para recibir al quinto. Manzanares desparramó parsimonia singular, o sea, anduvo por allí, con expresión elegante esa que cada vez más el tiempo. Y es que, más no se podía hacer por la falta de raza y casta de su antagonista. Parado y además queriendo rajarse constantemente. Toro que soltaba la cara hasta una mosca y que protestaba queriendo quitarse los engaños del hocico. Con este impropio material Manzanares soltó un par de muñecazos marca de Alicante y poco más. Sin duda, un mal toro para completar un mal lote. Silencio.

Roca demostró el porqué está donde está. Un joven torero con la vitola de figura del toreo pero de los que quieren mandar en esto. El tiempo lo dirá. El peruano hizo mejor al tercero de lo que en principio era, puesto que su faena tuvo una enorme virtud, la impecable estructura. Rey con apellido que huele a trono, se coronó a base de una zurda prodigiosa y de una capacidad inusual para su “corto” bagaje. Los pegó arrastrando la pañosa con medio cuerpo por el albero e imprimiendo cadencia y hondura. La faena tuvo un gran diapasón y jamás bajó la intensidad de su poderoso quehacer. Mandó el viaje hasta donde quiso pasándolo muy cerca y a derechas, otra vez, ligazón, series muy cosidas y pies enterados en su Sevilla. Natal de Perú, pero adoptado en Gerena. Roca Rey firmó su obra ante el colaborador tercero con un espadazo algo delantero pero a ley. Se tiró en rectitud y se llevó un pitonazo en el pecho. El aviso y la tardanza en caer, lo dejaron en una oreja de gran valor porque todo apuntaba a dos peluas y a que mandará en esto, se trata de tiempo. Antes, al principio, Andrés lo bordó con el capote con unas muñecas también mandonas y capote suave, todo ante uno que sacó fondo y dejó componer. Oreja. Al cierraplaza le faltaba mucho remate y “trapío” o más bien, expresión de toro, porque toda su morfología era de novillo. Roca recibió a este, con una larga cambiada en el tercio y posteriores verónicas, pero aquello quedó desangelado. Por entonces el sexto, deambulaba por el ruedo sin rumbo determinado y manseando a sus anchas. Andrés brindó al respetable en una clara demostración de intenciones y eso fue lo que hizo Roca nada más iniciar su desigual labor. Resultó así por la falta de clase de su astado y de raza, aunque para raza la del peruano que se metió entre los pitones hasta llegar a importunar a los presentes que le rogaron acabar con una obra que no condujo a nada artístico. Muy superior Roca Rey que recurrió a la quietud y al arrimón inverosímil puesto que se pasó un poco de faena. Por ello, el aviso pero innegable actitud y compromiso con Sevilla.

FICHA DEL FESTEJO. Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 1 de abril de 2018. Primera de abono. Corrida del Domingo de Resurrección. Entrada: “No hay Localidades” Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés. Dispares en presentación y desiguales en comportamiento. Bajos de raza y casta. Antonio Ferrera; Ovación y vuelta tras aviso. José María Manzanares; Ovación y silencio. Roca Rey; Oreja y palmas. Cuadrillas: Destacó el picador por Paco María en la suerte de varas del segundo. Incidencias: Se guardó un minuto de silencio tras el paseíllo por los ganaderos Victorino Martín y Domingo Hernández, por el puntillero Enrique Muñoz ‘Lebrija’ y el delegado de la autoridad Miguel Ángel Ocaña.

Foto: Sara de la Fuente

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