En los últimos días se ha golpeado a la fiesta desde sus mismos interiores, como si poco importara lo que piensa la gente, y como si el toreo estuviera aun de pie gracias a los protagonistas y no al público que noblemente es quien lo mantiene.

Fue lamentable el suceso del multicitado caso de los “alambres” en el pitón de un toro en la Plaza de Mérida.

Por otro lado, las redes sociales dieron cuenta de una temporada grande de mucha molestia para la afición, esa que se va alejando de las plazas y no acabamos de darnos cuenta que hay que gestionar mejor el espectáculo y corresponder a los costos de los boletos que adquiere la gente para estar presente en su espectáculo favorito.

Que si los carteles de Sevilla, que si el G5, que si la FIT, muchos son los temas a tocar pero, indiscutiblemente, todos los problemas surgen de una mala gestión para llevar los fines perseguidos a buen puerto. Siempre será válido que cada persona busque lo que quiere o lo que más le acomode pero, si gestionan bien las cosas, indudablemente el mayor beneficiado será el que paga un boleto y mantiene el espectáculo.

Una buena gestión, incluye una capacidad de negociación para acercarse lo más posible a lo deseado sin pisar o agredir los intereses de los demás y poner de acuerdo a toreros, ganaderos y todo cuanto participa directamente.

El principal problema en nuestro país, es que en muchas plazas, la presentación de los toros es tema de discusión. Una buena gestión, primero define la afición de su plaza y les presenta los encierros que su público demanda, siempre tomando en cuenta que lo más importante del espectáculo es la materia prima y de ella depende todo.

Sin duda, es difícil para los empresarios presentar carteles atractivos, implica mucho trabajo y sobre todo el riesgo que se corre económicamente, por ello, deberían tener una nueva forma de ver el negocio.

Reinventar una nueva forma de publicitarlas, la promoción a los aficionados jóvenes que gustan de la fiesta, y sobre todo, alguna forma de promover esa heroicidad, que al final de todo, es lo que hace que la gente pague un boleto por ver a ese torero jugarse la vida delante de un toro en toda la extensión de la palabra.

El amor a la fiesta está vivo, pero hay que entender que a ese amor, se le alimenta con admiración, y eso solo viene de la impecable presentación de los toros que se juegan en cada plaza y lo que el torero es capaz de hacer delante de ellos para expresarse y sacar lo que cada uno lleva dentro.

Por. Francisco Parra/Jornada Taurina

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