Por Juanje Herrero / torosdelidia.es

Lo siento hijo, no pude salvarla!

Lo siento hijo, te pido perdón, no pude salvar la tauromaquia. Lo intente pero no pude. Me duele en el alma no poder transmitirte los valores que un día hicieron héroes a muchos toreros, no poder caminar por la dehesa y mostrarte al rey de la fiesta. Intente salvar este mundo taurino para que tú vivieras mis experiencias y contagiarte este gusanillo que nunca muere y se alimenta de la emoción y la verdad.

Triste fue aquel día, que acabó por desaparecer el recuerdo viviente de que los hombres pueden crear arte a través de un animal salvaje. Todo empezó por derrumbarse cuando las figuras dejaron de arriesgar, cuando los ganaderos impusieron los deseos de los toreros por delante de la ética profesional. Crearon un toro tan noble y dócil que solo transmitía aburrimiento en el tendido. El público cansado de ver siempre los mismos carteles, empezó abandonar las plazas. Nunca volvieron, porque nadie intento cambiar nada a tiempo.

Ahora solo nos queda el recuerdo de un legado marchitado como una flor en otoño.

Un legado que regaron con sangre muchos toreros. Donde los ganaderos recibieron el título de Don, y eran admirados en todos los rincones del país.

No nos destruyeron los ataques externos, nos mataron la falta de escrúpulos del poder establecido de la época. Los males internos. Empresarios con ansias de poder. Buscaban el dinero fácil. Las figuras no asumieron responsabilidad y nunca estuvieron a la altura de sus predecesores. Crearon una tauromaquia 2.0 a la que le sobraban pases y le faltaba emoción. El afeitado invadió todas las plazas. Se perdieron las buenas maneras, y acabaron toreando de lejos, le quito valor y verdad a las faenas.

La prensa no paraba de halagar, elogiar y felicitar por tan zafias faenas. El relevo de las figuras eran puros imitadores de lo que veían, sin personalidad, el mal se extendió como una plaga y todos acabaron toreando igual. Hubo algunos que quisieron estar a la altura, pero ya no quedaban aficionados en las plazas, y a los espectadores estos toreros no les llamaban tanto como otros.

Todo se derrumbó como un castillo de naipes a mediados de la década del 2020, poco más duró. Se intentó recuperar el tiempo perdido pero fue muy tarde, los ricos salieron huyendo y los pobres no pueden cargar con las culpas de los demás. Era un secreto a voces que nadie de los de arriba intento evitar. NADIE.

Nació una Fundación pero no se ocupó nunca de los males internos, solo de algún ataque externo y, de promocionarse a sí misma, muchos la siguieron y le entregaron su dinero, sin ver que era una caza de quimeras, y que les trataban como “primos”. Jamás ayudo a promocionar la fiesta, ni que llegara a gente nueva.

Nunca hubo regeneración porque los aficionados se cansaron de dar prioridad a una fiesta podrida y corrupta, donde la mafia campaba a sus anchas. No fueron los antitaurinos los que la destruyeron nuestra fiesta, fueron los que decían que la amaban. Los que se enriquecieron a costa de todo y de todos. Los que dejaron a deber a toreros y ganaderos y los chantajearon para no pagarles. Secaron la teta del arte hasta que no hubo más que apatía y desazón.

Yo hijo mío, intenté luchar para quedarte este legado, intenté defender los valores que representan la tauromaquia, los defendí hasta quedarme afónico, recorriendo la geografía ibérica e intentando sumar apoyos, pero fue estéril. Por eso te pido perdón. No pude o no supe hacerlo mejor.

Pocos toros quedan ya para ver, solo Francia el último reducto de verdad, honestidad e integridad. Tranquilo que siempre ese paraíso de variedad y respeto nos quedara, espero que lo aprovechemos antes de que llegue la mafia con sus tentáculos.

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