Por Javier Jiménez / mundotoro.com / Foto: Maurice Berho

De sobra es conocida aquella frase de Ortega y Gasset que afirma: ‘Si quieres saber cómo está un país, asómate a una plaza de toros’.

La sociedad cambia y con ello los modos de entender y regir la convivencia. En este momento, vivimos en un mundo dominado por unas normas éticas que se intentan alejar del sufrimiento y de la muerte. Sin embargo, evitar y negar la propia muerte nos lleva a negar la propia vida. No hay muerte sin vida, ni vida sin muerte.

¿Vamos a negar a un futuro reproductor de una ganadería que a lo mejor está en peligro de desaparición porque es una plaza de tercera categoría?

¿Es mejor perder toda una historia genética irrecuperable por no cambiar un papel?

En los últimos años, el aumento del número de los indultos nos lleva a plantear una serie de cuestiones. Primera, que la moralidad y la concepción del toreo están en continuo cambio. Negar esto nos llevaría a negar la propia evolución de la sociedad.

En esta nueva y ‘única’ moralidad que por cierta parte de la población se quiere imponer, encontramos en el indulto su mejor respuesta o contraataque. La vida frente a la muerte.

Pero ahora bien, ¿el indulto sigue siendo un premio para el toro o se está convirtiendo en un premio para el torero?

Esta pregunta parte de una evidencia previa: todos los toros indultados viene precedidos de una gran faena.

¿No existen toros bravos merecedores del indulto a los que no se le han cuajado grandes faenas?

La concepción de premiar las actuaciones de los toreros ha cambiado y el indulto se ha convertido en el máximo calificativo para el torero. Cuando una faena está por encima de los calificativos, encontramos el indulto como máximo premio.

Entonces, ¿para qué sirve el premio del rabo? Cada vez son menos los que se otorgan y ni hablemos en plazas de cierta categoría. Cortar un rabo ha pasado a ser, en la actualidad, mucho más difícil que indultar un toro.

Ahondado en el tema de los indultos, también hay que analizar las circunstancias en que se producen. No me considero opuesto al indulto. Es más, ante la duda, prefiero el perdón. ¿Por qué? Porque será la propia naturaleza quien juzgue las decisiones. Si existen crías, siempre quedará la opción de retirarle de padrear. De lo contrario, perdemos todas las oportunidades de saberlo.

En este sentido, el papel del ganadero es fundamental para la concesión del indulto. Estamos hablando de su futuro semental. El futuro de la ganadería en su mano.

Aquí viene otra pregunta, ¿qué es la bravura?

Tomando todos los rasgos comunes a la definición del propio término podemos elaborar una definición parecida a ‘la capacidad de luchar hasta la muerte’. No sólo en los primeros compases, sino, también, cuando el toro pierde la inercia y tiene que arrancar en parado, sobre los cuartos traseros.

La bravura es un invento del hombre y como tal necesita una constante selección. Por lo tanto, la bravura pasa a entenderse como algo subjetivo lleno de matices que cambian en función de la búsqueda del toro que se desea criar. Por eso, cada toro indultado es distinto, porque unos prefieren la casta, otros la clase… Lo que está claro es que el toro indultado debe valer en un principio al ganadero, no como un triunfo a una faena grande.

Luego, será el ganadero el encargado de encontrar la fórmula perfecta para sacar buenos productos. Sin embargo, no todo buen producto es un buen reproductor. Existen toros muy bravos que al final no ligan y otros, con menos dosis de bravura, que sí. Por lo tanto, si en la ganadería dos más dos nunca van a ser cuatro, porque no dejamos a los ganaderos decidir más en la plaza y no eliminar posible reproductores.

¿No existen toros bravos merecedores del indulto a los que no se le han cuajado grandes faenas?

El toro bravo es un milagro del hombre. Mejor dicho, de aquellos ganaderos que moldean bajo su punto de vista la bravura. Luego, será el público el encargado de decidir si tiene mercado o no, pero de nada vale no indultar en ciertas plazas porque no lo permite el reglamento. Las cosas están para cambiarse. Pongámonos en la situación que existen ganaderías que por ciertas circunstancias no pueden lidiar en plazas de importancia. Que las hay. ¿Vamos a negar a un futuro reproductor de una ganadería que a lo mejor está en peligro de desaparición porque es una plaza de tercera categoría? Sólo porque un papel lo registra así.

¿Y no es el deber de los aficionados proteger la diversidad de encastes y su sostenibilidad?

¿Es mejor perder toda una historia genética irrecuperable por no cambiar un papel?

El indulto debe convertirse en una herramienta para defender y sostener la diversidad de encastes y de concepciones de la bravura. No debe convertirse en un premio para el torero, ni tampoco en la mejor arma contra los antitaurinos, porque negar la muerte -base de este ritual- es también negar la propia vida.

Aquí tienen que hablar los ganaderos que son los que fabrican la bravura.

Que así sea.

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