«Cocinero», castaño, algo capirote, astifino y cornivuelto, acudió raudo a la capa prolífica de Bautista. Dos verónicas de rodillas, cuatro de pie, larga mirando al tendido, tres fregolinas y una flor de serpentina. Así, bajo candente sol comenzó la corrida. Rostros felices, plaza casi llena. Cuatro cacerinas y una revolverá le ponen el toro en suerte a Rafa Torres. Puyazo, corto, en sitio, pero de mano pesada y barrenante que suelta tambaleante. Con los avivadores se lucen el de confianza y Carlos Rodríguez.
Lo que vino luego fue una faena sorprendente por su exquisita suavidad, medida y lentitud. La perfección técnica y la exacta medida se revistieron de una estética delicada y modosa. La Monumental hervía. Los óles eran estruendosos y entre ellos los aires sublimes de «Capote de grana y oro» acompasaban el trance de toro y torero. Noble uno, artista el otro. Los cartuchos, tres en serie, cambio y molinete. Nada rudo, nada impropio, nada vulgar, todo torero y sentido. Un desplante congruente de firma, antes de los ayudados bajos, la igualada y la desgracia de la gran obra emborronada. Pinchazo arriba sin soltar. Otro más. Estocada contraria y larga y sangrante agonía. Qué pena. Inmerecido para todos. Los premios perdidos. El arrastre aplaudido y el francés con las manos vacías, saludando y dando dos obligadas vueltas al ruedo. Ya con el cuarto el menos vivaz de la tarde las cosas no fueron iguales.
Ramsés cayó a merced del segundo que le punteó la mejilla derecha. Sangrante se fajó con él pero sin lograr más allá de las palmas, tras la estocada honda delantera. Pero con el quinto volvió por su credo. William Torres, el picador fue ovacionado, y él abrio con seis doblones genuflexos, a ras y el de pecho en los medios. La verticalidad, el hieratismo, y la sobriedad, fueron redactando con la leal acometida de «Corredor» un discurso consonante, escrito y dibujado con la mano baja sobre la gris arena. Manizales a todo pulmón acompañaba, el pasodoble torero también. «Currito de la Cruz», por más señas, bien tocado. Faena de dos pitones. Templada, ligada y enaltecida por la casta. El estocadón a volapié fue de padre y señor mío, inmediato, exangüe, digno. Solo eso valía la oreja. Usía la concedió, pero la correspondiente a la faena se quedó con ella. Y como para mayor agravió al matador, le dio la inexplicable vuelta al toro. Los que pagan se encresparon contra tamaña injusticia y exigieron dos vueltas a Ramsés, que accedió con seriedad y sin hacerse mala sangre.
Ginés Marín, marcó su tarde con largas distancias en los embroques y el uso innecesario del pico. Con el tercero se lo perdonaron y hasta se lo celebraron reclamando una oreja poco sustentable y negada. Con el sexto, apretador y exigente tramitó cautelosamente la cosa, deshaciendo el entuerto con pinchazo y espada arriba.
La corrida dió para más. Y eso que se vieron dos faenas estupendas. La tarde fue intensa, emotiva y emocional. El palco tomó protagonismo y el ganadero, aplaudido aunque no conforme. —Hubiera querido más raza —me dijo en el patio cuando se iban los de luces y todos los demás.
FICHA DEL FESTEJO
Lunes 8 de enero 2018. Monumental de Manizales. 2ª de feria. Sol y nubes. Más de tres cuartos de plaza. Seis toros de Santa Bárbara, astifinos, de bonitas y moderadas hechuras, nobles.
Bautista, dos vueltas al ruedo tras petición y silencio.
Ramsés, palmas y oreja con petición de segunda y con dos vueltas.
Ginés Marín, vuelta tras petición y bronca al palco y silencio.
Incidencias: Saludó Carlos Rodríguez tras parear al primero y al cuarto.