TAUROMAQUIA. Alcalino.-

Por: Carlos Horacio Reyes Ibarra

Con la tauromaquia bajo asedio, especialmente en América Latina (la taurofobia internacional sabe localizar y golpear en la zona blanda), se habla mucho de la excelente salud de que disfruta en territorio francés, donde la normatividad vigente pone por delante el respeto a las tradiciones regionales, y las corridas de toros se caracterizan por la seriedad de cuantos factores intervienen en ellas: toros, toreros, autoridades y público.

Pues bien, resulta que en esa Francia aparentemente idílica, un diputado de provincia acaba de acogerse a una licencia constitucional, recientemente otorgada a los representantes de la oposición, que consiste en permitirles, un día de cada mes, que presenten propuestas de ley para someterse a votación en la Asamblea Nacional. Y he aquí que monsieur Aymeric Caron, del partido de izquierda La Francia Insumisa  (LFI), coló, para que se vote en la sesión de este 24 de noviembre, la posibilidad de abolir las corridas de toros en todo el país, de acuerdo con una oportuna nota firmada por Francois Zumbiehl, que como escritor y aficionado muy destacado no necesita presentación.

Refiere Zumbiehl que la propuesta abolicionista figura en el orden de ese día en un lugar secundario, pero advierte también que por más que la respuesta del gobierno central vaya a estar a  cargo del ministro de Justicia Dupont-Moretti, tan aficionado a los toros que acaba de pronunciar el pregón de la Feria de Nimes, los representantes de su partido podrán votar libremente; aunque las propuestas de la oposición, de acuerdo con la estadística, están abocadas al fracaso, se prevé la posibilidad de una lucha encarnizada entre los representantes del norte, pro abolicionistas en su mayoría, y los del sur taurino del país, dispuestos a defender el status de excepción cultural que desde 1951 ampara a la corrida.

Envalentonado, el diputado Caron, vegano y animalista radical –antiespecista–, insiste en que ninguna ley ampara actualmente la continuidad de la tauromaquia en Francia, puesto que en 2011 quedó oficialmente inscrita sólo como patrimonio cultural inmaterial, decisión debidamente refrendada al año siguiente por el Consejo Constitucional. Este detalle, que no es menor, ha sido convenientemente aireado por los medios y opinantes contrarios a la tauromaquia, que por supuesto no se ahorran una sola de las falsedades e inexactitudes que forman parte habitual del discurso antitaurino.

Fulminante reacción. Aclarado que en Francia no hay tal blindaje constitucional sino apenas la aceptación de la corrida a título de excepción cultural, el propio Francois Zumbiehl llama la atención sobre el inmediato despliegue, perfectamente articulado y argumentado, de una estrategia de resistencia por parte de la Francia taurina. Sin demora, la Unión de Ciudades Taurinas de Francia (UVTF) se apresuró a emitir un documento en defensa de la fiesta signado por cada uno de los alcaldes de las 56 ciudades taurinas del país galo –los hay de derecha, izquierda y centro–, y también por los miembros del Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas (ONCT), con el añadido de un vehemente manifiesto firmado por intelectuales y artistas reconocidos. El título del documento presentado es “Veinte razones para no prohibir las corridas”.

Copio textualmente la estupenda síntesis –clara, concisa y completa– que hace Zumbiehl del documento de referencia: “Denuncia, en primer lugar, la sarta de falsedades difundidas por el diputado Caron y sus colegas, sea por ignorancia o mala fe: un toro bravo no puede ser tratado como una mascota y su lidia está basada sobre el respeto y la admiración que le tenemos; como raza excepcional –aniquilada en el momento en que se suprimiera la tauromaquia–, y por las condiciones de su cría, está en el centro de un ecosistema ecológico tan excepcional como el mismo toro. Los daños económicos a las ciudades y pueblos taurinos, y al entorno rural de su cría, serían irreparables si se concretara tal prohibición. Por otra parte, se trata de un patrimonio cultural de una enorme riqueza, legado por el trasfondo de la civilización mediterránea, un ritual que enfrenta a los hombres con su fragilidad, en la frontera de la vida y de la muerte, realidades sublimadas por el arte y el valor; un ritual que une a las generaciones y mantiene la comunicación del mundo rural con el mundo urbano.

En el campo jurídico y político, los defensores de la afición apelan a la Constitución francesa y a la decisión del Consejo Constitucional de tomar en cuenta las especificidades culturales de las regiones; a las convenciones de la Unesco para proteger la libertad y la diversidad de las culturas, y a los tratados europeos que promueven la legítima preocupación por el bienestar animal, siempre respetando las tradiciones religiosas y los patrimonios regionales. Por último, se ha advertido que esta propuesta de ley prohibicionista está inspirada por una ideología, animalista, que quiere sacudir las bases de nuestras sociedades marcadas por los valores del humanismo.”

La síntesis es tan clara en sus conceptos como integral en su argumentación. Y el espíritu de cuerpo de los políticos franceses, poniendo el interés del ciudadano y el respeto a la tradición por encima de sus diferencias ideológicas, debiera servir de guía y ejemplo para cualquier país enfrascado en esta difícil lucha contra el activismo taurofóbico imperante.

Colombia, los toros en capilla. Mientras esto sucede en Francia, en la nación sudamericana la situación entró en un impasse como resultado de la votación del 2 de noviembre en el Congreso Nacional, donde fue derrotada por estrecho margen (78-75) una propuesta a prohibir lisa y llana de la tauromaquia y las peleas de gallos (¿El coronel no tiene quien le escriba?). Llegados a este punto, lo que de cuardo con la ley procede es una consulta nacional organizada por una Comisión especial formada por senadores de la república, entre los cuales hay lo mismo animalistas irreductibles –clamando, como siempre, en nombre del progreso civilizatorio—que defensores de las tradiciones de toros y gallos. Por cierto, mucho peso tuvo, para el resultado de la votación del día 2, un emotivo discurso del gran César Rincón ante el pleno del Congreso. 

Es de sobra sabido que semejantes consultas no son muy de fiar, sobre todo si se enfocan a compulsar la opinión de masas desinformadas cuya emotividad ha sido largamente trabajada por las consignas antitaurinas con su usual carga de bulos y falsedades. Pero existe un resquicio para la esperanza, pues es evidente que el medio taurino colombiano, aún sin los recursos institucionales de que los franceses han sabido armarse a través de los años –la Unión de Ciudades Taurinas, el Observatorio  Nacional de Culturas Taurinas—, está dando la pelea de manera organizada, a pesar del ambiente hostil ligado a la popularidad del presidente Gustavo Petro, reconocido antitaurino desde sus años de alcalde de Bogotá.

Es de desear que también allá se imponga el amor a las tradiciones y a la razón sobre las turbias maniobras del animalismo militante y su indudable alineación, no necesariamente consciente, con el programa globalizador anglosajón y sus propósitos de disolver la diversidad cultural en favor del pensamiento único y el utilitarismo más cerril, tan discutible, reduccionista y retrógrado. 

¿Y México? Aunque resulte doloroso reconocerlo, en nuestro país no se vislumbra hasta el momento un frente unido y actuante en defensa de la fiesta, comparable ya no digamos con el primermundista aparato taurino francés, sino dotado al menos del fervor combativo que les permitió a los colombianos postergar –y está por verse si derrotar—la prohibición en ciernes. Por las razones que sea, hemos sido incapaces de llamar al orden –con argumentos válidos, que los hay de sobra– a los ignorantes, perezosos e ineptos jueces que dictaron y luego confirmaron la sentencia de cierre contra la Plaza México. Hasta parece que nos diera igual si el patrimonio taurino de nuestro país vive o muere.

Lamento escribirlo, pero esa tibieza para aplicarnos en bloque, con vigor y decisión, a la defensa de lo nuestro, pareciera reflejo de la misma blandengue tolerancia de tantos años ante la progresiva degradación de la fiesta a todos niveles, empezando, como se comentaba aquí mismo el lunes anterior, por la reducción a mínimos históricos de la casta y la bravura –el post toro de lidia mexicano por deplorable emblema– que ha alejado la emoción, la pasión y el interés de nuestros cosos. Y con ellos a esa afición, alguna vez multitudinaria, plena de pasión y con personalidad propia, que en la actualidad es casi invisible. 

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