Por: Carlos Horacio Reyes Ibarra
TAUROMAQUIA. Alcalino.- Historia de un cartel. En 1952 el presidente del Montepío de Toreros era Antonio Bienvenida, y como tal, tenía la responsabilidad de organizar la corrida anual a beneficio de la institución de auxilios mutuos que, casi medio siglo atrás, Ricardo Torres “Bombita” había fundado para satisfacer la asistencia médica demandada por los frecuentes percances, y asimismo socorrer las necesidades de viejos toreros sin fortuna, que eran los más. Sólo que esta vez, el altruismo topó con serias dificultades. Antonio tenía apartada una corrida del Conde de la Corte, ganadería famosa por la edad, trapío y casta de sus ejemplares. Y, de entrada, los ases del escalafón se hicieron los desentendidos en cuanto a su posible participación en el tradicional festejo. Y es que el hijo del Papa Negro, claramente relegado de las ferias y plazas de mayor fuste, se había declarado en abierta oposición a la trampa del afeitado, tan extendida y tolerada desde los tiempos en que la impuso José Flores “Camará”, el todopoderoso apoderado de Manolete; el vicio se enquistó y cobró nueva fuerza al surgir, en 1950, la pareja Aparicio-Litri, manejada por el propio “Camará”, sin más diques que la tímida oposición de unos pocos críticos. Y la de Antonio Bienvenida, en lucha solitaria muy mal vista por sus colegas.
Tantas dificultades encontró Bienvenida para integrar el cartel que, en un momento dado, se ofreció para encerrarse él solo con el encierro del Conde. Pero eso no llegó a ocurrir porque otros dos espadas se ofrecieron a torear con él gratuitamente, como era usual en corridas benéficas: el mexicano Juan Silveti Reynoso, a quien las empresas ni de lejos le reconocieron su gesta del San Isidro último, cuando se quedó solo con un corridón de Pablo Romero por percances de sus alternantes y tuvo la entereza, las agallas y el torerismo indispensables para abrir en triunfo la Puerta de Madrid (25.05.52); y el sevillano Manolo Carmona, de modesta trayectoria pero que acababa de cortar una oreja en Las Ventas. Y como el propio Antonio gozaba de amplio crédito en la capital, el esperado festejo, anunciada para el domingo 12 de octubre, llenó el tendido cálido y gran parte del de sombra, pese a que ya se dejaban sentir los primeros fríos otoñales.
Gran ambiente. Nada de lo dicho en relación con Antonio Bienvenida, su lucha contra el afeitado y la negativa de las figuras a alternar con él, escapó a la sensibilidad de la afición madrileña, que recibió a los toreros con una larga ovación que prácticamente no cesó a lo largo de la tarde. Las cuadrillas completas correspondieron haciendo destocados el paseíllo, lo mismo matadores que subalternos de a pie y de a caballo e incluso areneros y monosabios. Un clima anímico que iba a encontrar amplificado eco tanto en la entrega de los diestros como en la excepcional calidad de los toros condesos, a todos los cuales se les cortaron apéndices, hecho éste sin precedentes ni posterior continuidad en la riquísima historia del coso venteño.
La corrida. No era el del Conde de la Corte un encierro de peso exagerado –rondaría apenas los 450 kilos–, pero que tenían edad, casta y poderío lo demuestran las 22 varas que tomaron entre los seis, a cambio de media docena de tumbos, y no pocos puyazos de permanencia voluntaria (Areva, en su reseña de El Ruedo, registra que el tercer toro permaneció recargando durante tres minutos, que el cuarto hasta partió la puya de la violencia con que acometió al caballo y que el sexto destrozó de seco derrote un burladero cuando Manolo Carmona estaba por iniciar, de hinojos, su faena de muleta.
No hubo toro malo –si acaso el quinto desarrolló algunos problemas, brillantemente resueltos por Silveti–, y el segundo y el cuarto exhibieron tal derroche de bravura y nobleza que el público pidió y obtuvo para ambos el homenaje de la vuelta al ruedo, efectiva en el primer caso y simbólica en el segundo, pues ya había sido arrastrado cuando el presidente la concedió, cediendo al unánime clamor de los espectadores.
Tres orejas para Bienvenida. Toda la intriga previa lo hacía aparecer como la figura estelar de la tarde y el hijo del Papa Negro correspondió plenamente a ese papel. Y fue incluso más allá, pues estuvo hecho un jabato, sin abandonar por ello su estilo lleno de naturalidad y clase ni dejar de ofrecer un curso en la dirección de la lidia como ya no se ve. Al primero, “Guatito”, lo lanceó muy suavemente, lo cuidó en todo momento –no estaba sobrado de fuerza el astado–, inició la faena sentado en el estribo y condujo con mimo su dócil embestida. Lo despachó de pinchazo y estocada y cobró la primera oreja de la tarde.
Dos le cortaría al cuarto, y los aficionados viejos reputan ésta como una de las faenas estelares de Antonio en el coso venteño, donde alcanzaría la condición de torero de culto. Ciertamente, “Gracioso” fue un gran toro, produjo dos aparatosos tumbos, le quebró el palo al picador y aunó a su encastada embestida invariable nobleza, pero Antonio Bienvenida sublimó con él el arte elegante, templado y vertical que lo caracterizaba. Con la plaza en delirio se tiró a matar, y aunque tuvo que repetir el viaje, los tendidos blanquearon al doblar “Gracioso” y las dos orejas fueron unánimemente solicitadas. De modo que el organizador del festejo resultó también su máximo triunfador.
Silveti, torerazo. Juanito Silveti toreó en Madrid nueve corridas entre 1951 y 1954, cobró en conjunto siete orejas y abrió dos veces por la Puerta de Madrid, ambas en este año 52, en que se vistió 20 veces de luces durante su campaña europea, escasa recompensa para un desempeño sin tacha. En la corrida reseñada contendió primero con “Granillero”, el mayor del encierro –dio en canal 284 kilos, unos 475 en pie—que fue también el más fiero de los seis. Y estuvo con él en gran torero: poderoso para imponerse al enrazado animal, de traza finamente sobria y clásica sus lances y muletazos, de precisa estructura la faena y certero matador. Así, aunque tuvo que usar par de veces el verduguillo, paseó la oreja de un toro para el que se ordenó la vuelta al ruedo en premio a su bravura.
El quinto, “Grillito”, fue, del maravilloso sexteto del Conde de la Corte, el de cornamenta más desarrollada y el más impropio para el toreo, pues tendía a salir suelto y hasta intentó rajarse. Pero Silveti lo lidió tan sabiamente que pronto encarriló la embestida de aquel bicho negro meano y terminó cuajándolo a placer. Tanto así que ni el pinchazo inicial le quitó la oreja y la salida en hombros, paseado, por cierto, por una nube de agradecidos toreros en retiro, a cuyo beneficio actuaron gratuitamente los tres espadas.
Carmona, a la altura. Manuel Carmona también desorejó a los dos de su lote y salió por la puerta grande en compañía de los sus alternantes. A este espigado sevillano le correspondieron “Gorrión” –pronto y noble, a pesar de su prolongado desgaste bajo el peto del piquero–, y “Garajista” –los nombres de los seis toros empezaban con “G”, probable señal de su pertenencia a una misma reata–. Fue quizá la mejor tarde en la vida profesional de este muchacho, que sabía torear y no estaba exento de vergüenza torera aunque no destacara por estilo ni sello propio. De su valentía y entrega dan buena cuenta el referido incidente previo a su faena al cierraplaza cuando esperó de rodillas y le ligó varios muletazos en esa postura a un toro que embestía rebosado y acababa de hacer leña de un burladero. A oreja por toro, Manolo Carmona inscribió también su nombre en la memoria de la célebre corrida de aquel domingo de octubre. Única ocasión en que los seis toros del encierro han sido desorejado en la plaza de Las Ventas.
La crítica y Silveti. Acerca del capitalino Juan Silveti Reynoso, hijo del célebre Tigre de Guanajuato, el crítico del ABC “Giraldillo” escribió: “Es un torero completo, seguro, con arte. No es un estilista, pero tiene estilo. Con la capa, perfecto; con la muleta, extraordinario. Con ambas manos tiene un perfecto dominio. La posición que adoptó para torear al natural es de la mejor escuela… Creo que, por ver a Silveti, pueden darse por bien empleados todos los trabajos hechos para arreglar el pleito (alusión a la reciente firma del Convenio hispanomexicano tras la ruptura de 1947).” (ABC, 19 de junio de 1951).
Este texto se refiere a la corrida en que Juan confirmó su alternativa (18.06.51), no a la del Montepío, en la que superaría con creces la tan favorable primera impresión pues, por razón natural, para el 12 de octubre de 1952 estaba más maduro artísticamente, más hecho al toro español y mucho mejor identificado con el ambiente y público peninsulares.