HUELLAS

Aquel inquieto clamor hacía rato que se oía.

Aumentó cuando las dos hojas del pesado portón se abrieron en su mismo orden de siempre desde hacía más de ochenta años, primero la derecha con su pesado cerrojo, después la izquierda, también hacia afuera.

La luz, antes claro, cegaba ahora durante unos instantes de oro hasta volver a ser nítida.

El orden de aquel espectáculo había comenzado.

Aquellos jinetes de montura engolada llevaban mucho tiempo interpretando su papel, el mismo papel de capa sin espada, con la perfección en la doma que a los hombres y a las bestias dan los años.

Una música lejana, a veces alegre, a veces solemne, comenzó tras ellos, invitando a los cincuenta pasos más lentos y directos que llevan de punto a punto, a través del invisible diámetro, entre el clamor popular y el silencioso Padrenuestro.

Las primeras zapatillas, las de la izquierda, apenas levantan el polvo, han paseado ya muchas veces y últimamente se preguntan con insistencia cuántas más podrán hacerlo.

En el centro, otras, decididas y vigorosas, a las que por su ambición y juventud, la distancia se antoja pequeña.

Por la derecha, otros pasos lentos y seguros, miran al frente y no pisan jamás las dos líneas blancas.

Tras ellas, muchas otras marcan el mismo andar, entres órdenes de plata sucesivos.

El primero, con sus tres pares de caminar lento, cansino, si se quiere hasta dejado. Alguno incluso, olvidó el orgullo del lustre previo y el lazo bien hecho. Otro, aún rumia una reciente y renqueante cojera en el avanzar maltrecho.

El segundo orden, marcha decidido y profesional. Cuarenta veces juntos en esta temporada ¡Y aún es principio de Agosto!

Por último, el orden más desigual. Aún se perdona en él un compromiso de amistad que ya ha durado demasiado. La última herida, la que aún duele y hace dudar, le apartará del resto al final, en el invierno.

A continuación, las huellas son equinas y pesadas, maniobran lentas y cansinas, temerosas de lo que para ellas es una rutina en idas y venidas en tuerto y fustigado andar.

Otras huellas, menos rumbosas y lucidas, quedan al final para los modestos órdenes subalternos, los que en un afanoso trabajar harán desaparecer, rastrilladas, las de los demás actores de este insólito teatro.

Cierran el cortejo encolleradas, las penúltimas huellas, las del tropel nervioso resultante de la unión de tres equinos, que dirigidos tras los grupos harán sonar, aquí y allá, un alegre son de cascabeles, con el seco restallar del cuero o la soga.

El orden, tras su paseo se disolverá, buscará su distinto acomodo, tras el cual el octogenario portón se cerrará de nuevo en el sentido inverso al que fue abierto, primero la izquierda, después la derecha, con el rotundo sonido del cerrojazo.

Después, otra será la música, otra la puerta y otras también las diferentes huellas.

Fuente: 14 Taurigrafías 14 / Pablo Lozano Perea / Modus Operandi Arte y Producción S.L., Madrid, 2016.

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