Por: Carlos Horacio Reyes Ibarra

TAUROMAQUIA. Alcalino.- Historia de un cartel.

El 28 de julio de 2010, en el parlamento de Cataluña, se había consumado la abolición de las corridas de toros mediante una votación precedida por un diálogo entre sordos y éste por una Iniciativa Ciudadana firmada por varios miles de antitaurinos no necesariamente catalanes –aunque también–, convocados desde las redes sociales como parte medular de una campaña subvencionada por fundaciones extranjeras y empresas de alimentos para mascotas. Fue un proceso calculadamente perverso, alimentado por la inocencia ignorante, la taurofobia ciega y el oportunismo político de signo antiespañol, muy útil para promover la campaña nacional-separatista en marcha. Aunque el plazo para poder dar corridas vencía el 31 de diciembre de 2011, el adiós a seis siglos de tauromaquia en Barcelona se programó para la feria de la Merced de ese año. Paradójicamente, los dos festejos de clausura se dieron con la Monumental llena hasta los topes. Mucho público foráneo, sí, pero en mayoría, fue la afición catalana la que ocupó su plaza por última vez.

Era el principio de la hecatombe. Hecatombe presumida por sus promotores justamente como su opuesto.  

24 de septiembre de 2011. El magnífico encierro de Núñez del Cuvillo (552 kilos de promedio) propició triunfos clamorosos de El Juli (tres orejas) y Manzanares (cuatro). Morante, enfrentado al lote incómodo de la corrida, lo intentó con su primero y abrevió sin disimulo cuando el cuarto, y como tardó en matarlo, se llevó una bronca de aúpa, la última registrada en el coso neomudéjar inaugurado en 1916, cuando Barcelona contaba además con otra plaza grande, Las Arenas y una menor, la Barceloneta.

Para no quedarse con ese mal sabor, el de la Puebla decidió lidiar un sobrero, de Juan Pedro Domecq. Buen toro este séptimo, con el que se reivindicó plenamente.

Paco March. Barcelona siempre tuvo prosapia taurina. Y, por supuesto, cronistas destacados. Si nos concentramos en el siglo XX, sobresalen particularmente “Don Ventura”, Néstor Luján y Fernando Vinyes, que además de reseñas puntuales produjeron ensayos, anuarios y tratados taurinos que no pueden faltar en ninguna biblioteca que se respete. Pero en las últimos tiempos, el sitio de cronista señero del acontecer taurino catalán lo ocupó Francesc March. O Paco March, según acostumbraba firmar los textos de su autoría. Le correspondió escribir –para La Vanguardia y 6 Toros 6–sus impresiones de las corridas que clausuraron para siempre la actividad taurina en Barcelona.

Por su conmovedora autenticidad y la buena vena taurina que exhala vale la pena traer a colación, así sea brevemente, lo fundamental de sus dos crónicas-despedida.

“Sublimación del arte de torear”. “La Fiesta en estado puro. Morante, El Juli y Manzanares lo bordaron y el público se entregó… El Juli dio una lección de entrega y sabiduría, la muleta siempre al hocico, el trazo largo, la distancia precisa, el sometimiento oportuno. Con esas armas y la del valor sereno supo sacar, mediada la faena, lo bueno que tenía su primero, y en el quinto, fue en tres series por el izquierdo de gran mérito donde le quitó los humos a un cuvillo revoltoso. Dos estoconazos marca de la casa, aunque en su primero precisó del verduguillo, pusieron en sus manos orejas de peso…

Lo de Manzanares alcanza la excelencia. Si en su primero sólo pudo explayarse a derechas, pues una prueba por el izquierdo acabó en un pitonazo que le rozó la mandíbula, antes de que el toro se rajase y, en terrenos de chiqueros, el alicantino, tozudo, le esperó a recibir en una estocada pelín defectuosa, el acabose llegó en el que, en teoría, cerraba plaza… Redondos majestuosos, tandas que digo ligadas, imantadas. Muleta a la izquierda, adelantada siempre, temple infinito, cambios de mano arrebatadores… la locura, en fin.

Y Morante. Su primero apenas le dejó esbozar dos verónicas… El cuarto le apretó en las chicuelinas, Morante apuró la faena en muletazos por alto de añeja torería (pero) el cuvillo le tiró dos hachazos al cuello… (y) optó por lo que en mi opinión procedía, una lidia sobre piernas sin perder nunca la compostura, pero la mayoría no quiso reconocerlo y se formó la mundial… Salió el juanpedro (séptimo) con ganas de comerse el capote que Morante le presentaba rodilla en tierra. Sin apenas picar, el quite fue un prodigio, y en banderillas la plaza fue un manicomio cuando los tres toreros cogieron los palos… Ver a Morante es ver la historia de la tauromaquia… la trincherilla, el natural encajado de riñones y de pies descalzos, los redondos de pureza única. Cambios de mano por detrás del rojo fajín y naturales de frente para temblar… Cortó las orejas Morante y todos salieron en hombros, el gentío invadió el ruedo y en los tendidos lágrimas, abrazos y gritos de ¡libertad!       

Punto final. El domingo 25 de septiembre de 2011, la puerta de cuadrillas de la Monumental catalana se abrió por última vez para dar paso a Juan Mora (verde botella y oro), José Tomás (negro y oro) y Serafín Marín (grana y oro) con toros de El Pilar (promedio: 549 kg), encierro de juego desigual. Mora escuchó dos ovaciones porque pinchó, JT cortó tres orejas (dos y una) y aun pedían el rabo, Marín las dos del último, el del adiós definitivo. Los tres salieron en hombros, y pasaron otras dos horas antes de que la plaza quedara definitivamente desalojada.

A continuación, una breve selección de lo escrito por Paco March.

“La verdad del toreo”. No hay ficha de la corrida. De lo que se trata, en la última, es de otra cosa. De lo que se trata es de la verdad del toreo, ese que van a prohibir. Tienen razón: hay que prohibir el toreo pues lo que propone, su verdad desnuda, no tiene cabida en esta sociedad meliflua, manipulada, de pensamiento único, a las órdenes de políticos, grupos de presión, sectas, que convierten el vivir cotidiano en una tortura.

Prohibir el lento mecer del capote de Mora, el desmayo de su muleta acariciadora, la forma de preparar la estocada, el andar sereno, grácil, solemne. Prohibir que Serafín Marín quiera torear en la tierra donde nació, que no dé un paso atrás cuando el toro se le frena, sus muletazos largos, sus manoletinas de infarto, sus volapiés rotundos.

Y prohibir a José Tomás, que tanto les duele. La ética de su verdad suprema, la estética genial de su toreo eterno. Prohibir doce verónicas ganando terreno y el remate con la media en los medios. Prohibirle lo que es imposible para el resto de los humanos. Prohibir que se pase por la faja los pitones para que el muletazo sea más puro, más hondo, más más… Prohibir que se traiga al toro y lo lleve embebido, seguramente embrujado, en naturales sobrenaturales, redondos al cuadrado, faroles luminosos, trincherillas que acaban en molinete, y luego se lo eche por delante en el de pecho. Prohibir, en fin, a un torero que es ejemplo de todo lo que es el toreo, de todas sus propuestas, de toda su verdad.

Van a prohibir todo eso y mucho más. Nos van a arrebatar la ilusión, la historia, la pasión, la cultura, la educación de muchos, la que les niegan a los que están por llegar. Todo eso van a prohibir en Catalunya, en Barcelona… Porque lo van a prohibir, Juan Mora brindó a todos, Serafín Marín besó la arena y luego se derrumbó, José Tomás devolvió las ovaciones, el clamor, con su ovación particular, girando sobre sí mismo como cuando lleva las embestidas de los toros imantadas a su prodigiosa muleta.”

Sentimiento catalán y repercusión internacional. La foto que encabeza esta columna muestra la invasión del ruedo posterior a la corrida final por aficionados ansiosos de conservar para sí al menos un puñado de arena del ruedo de su plaza Monumental en bolsas y frasquitos llevados ex profeso. Y la viñeta del cartel del mismo día 25, a la derecha, fue diseñada por el acreditado pintor catalán Miquel Barceló y subastada en Londres en varios miles de libras esterlinas.

Estas dos últimas corridas darían lugar a extensos reportajes en medios como The New York Times, The Guardian, Il corriere della sera, entre muchos otros, por no hablar de los de países donde aún se dan toros, empezando por Francia. Y no tanto México, donde el toreo, a nivel público, atraviesa por un período de extraña y deplorable retracción.

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