Artículo de la Revista Jornada Taurina Edición No. 59 Junio 2016

Por: Alfonso Hernández “El Algabeño”

EL PANA

¿Quién es el Pana? ¿Un romántico?, ¿Un maletilla?

Las dos cosas.

 

Bien podríamos hacer miles de escritos sobre su personalidad, de sus formas, de sus detalles, de sus chispazos para poner apodos, de sus anécdotas, en fin, hablamos de un ser humano muy especial y diferente.

Rodolfo Rodríguez es el creador de El Pana, por lo que constantemente se le podía escuchar hablando en primera y segunda persona.

El Pana regañaba a Rodolfo, y Rodolfo regañaba al Pana por sus constantes desacuerdos, algo que solo el sería capaz de hacer y de crear.

Hablar de él es muy difícil y muy fácil a la vez; representa el meterse a manejar sentimientos y conceptos que, sin pensar más allá, podría despertar a mucha afición dormida, esos que se han quedado en el camino al ver que ya no hay pasión en las plazas de toros, quizá, debido al quehacer taurino actual tan lleno de técnica, y falto de personalidad.

Hablar del Pana, es romper la hegemonía actual del toreo, falto de misticismo y  sensibilidad de los toreros y empresarios, algo que, tristemente, cada día se va perdiendo más en los ruedos mexicanos.

Aquel día 7 de enero de 2007, se estremeció el mundo taurino, despertaron los duendes, así como despertaron los miles de aficionados que se habían quedado dormidos.

Que cosa más hermosa es recordar ese día, y a ese toro rey mago de la ganadería de Garfias, recordar a ese brujo haciendo de las suyas, y yo, como miles de aficionados, lloramos de emoción por la resurrección de ese brujo, ese loco, ese genio, ese torero.

¡Qué difícil era alternar con él!

Verse anunciado en un cartel con el Brujo era para pensar: ¡En la Madre!

Eso me obligaba a apretarme más los machos, porque estaba consciente que este torero era un cabrón, y con un solo detalle, podía borrar a cualquier torero y la gente salía hablando de él sin importar que los demás pudieran cortar las orejas. Así era la avasallante personalidad de ese genio de los ruedos.

Aparte de torear con El Pana en muchas ocasiones, también tuve el privilegio de que viviéramos juntos historias increíbles, desde aquellos días donde no había que comer, hasta aquellos otros donde podíamos comer como reyes; desde pedir aventón en las carreteras, hasta tener la posibilidad de viajar en el mejor vuelo o en un buen carro; desde andar con los zapatos sin suelas y muy palmados, hasta tener la posibilidad de calzar el mejor mocasín, o un par de botas camperas; así vivió el pana, así vivimos muchos, así anduvimos aquellos que soñábamos ser toreros, caminando las carreteras con el lio al hombro y sin otra cosa que nuestros sueños a cuestas esperando que se compadecieran los choferes de camiones o carros y nos levantaran o nos dieran un duro para poder jamar (comer). Esos eternos viajes muchas veces nos obligaban a dormir en el campo, a pie de carretera, tapados con un capote, y soñando con la gloria, esa gloria que finalmente si logró alcanzar ese torero inmenso de Apizaco llamado Brujo.

Mucha gente no entendía la razón que nos movía a realizar aquellos largos viajes con sus respectivos ayunos, íbamos con la esperanza de verle la cara a una vaca, o a un cebú, a lo que sea que nos embistiera para demostrarnos entre nosotros y en nuestros mismos corazones que queríamos ser toreros.

No recuerdo en que año tuve la fortuna de conocer al brujo de Apizaco, no estoy seguro si fue 1970 o 1972 en Guadalajara. Él llegó palmado y yo estaba peor. Convivimos mucho, entrenando y viajando, toreamos en muchos pueblos juntos, muchas anécdotas y vagancias propias de un genio como él, bueno para poner apodos a la gente.

Anécdotas que les iré contando en varias partes, ya que este personaje de leyenda da para estar sentado escribiendo muchas horas, muchos días, recordando y volviendo a vivir esa parte de mi vida junto al genio que se fue, ese torero que llegó tarde al toreo, pero aun así, le alcanzó para adueñarse efímeramente de la tauromaquia de nuestro país.

 

Continuará…

En el próximo número encontrarás la segunda parte.

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FOTO DANIELA MAGDALENO

 

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